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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Si sabe más que Cánovas esa tía. Al sobrino le he visto algunas veces. que es tonto y que no sirve para nada. Mejor para ti; ni de encargo, chica. No podías pedir a Dios que te cayera mejor breva. bien puedes hacer caso de lo que yo te diga, pues tengo yo mucha linterna... amos, que veo mucho.

El estrecho pasillo obscuro, alumbrado solamente por una linterna grasienta, estaba lleno de nieve, y a cada instante se veía pasar, bajo la luz inmóvil, a los jefes de destacamento, con el sombrero metido hasta las orejas, las anchas mangas de sus hopalandas extendidas hasta la mano, la mirada dura y las barbas cubiertas de hielo.

No podían llegar más a tiempo dije. Oculte usted la luz de la linterna. La puerta tiene una rendija, ahí. ¿Los ve usted? Apliqué el ojo a la puerta y divisé vagamente tres hombres al pie de la escalinata. Monté el revólver y Antonieta posó su mano sobre la mía. Podrá usted matar uno de ellos murmuró. ¿Y después? ¡Señor Raséndil! oímos decir, en inglés y con perfecto acento. No contesté.

Todo esto lo vimos, apiñados en el umbral detrás del conductor y del correo. ¡Hola! ¿Dónde está Magdalena? dijo Yuba-Bill, al misterioso solitario. Aquella figura no habló ni se movió. El cochero se acercó furiosamente a ella, dirigiendo sobre su rostro el ojo de la linterna que llevaba en la mano.

No es siquiera la linterna apagada; es la linterna que nunca se ha encendido, que jamás se encenderá: falta dentro el combustible. El hombre-sólido cubre la faz de la tierra; es la costra del mundo. Es la base de la humanidad, del edificio social.

Apagué la linterna de mis cavilaciones y, ¡oh sorpresa!, con el último rayo de su luz vi pasar rápidamente por los términos ofuscados de la imaginación, una nueva e inesperada imagen que parecía llevar en la virtud de resolver todas las dificultades del conflicto. Pero... Y acabé por hacerme cruces y echarme a reír. Riéndome estaba aún cuando entró Neluco.

Y corrió al rincón donde, como dijimos, había dejado la linterna sorda, vino hacia donde estaba el duque, y abriendo la linterna, inundó de luz su semblante. ¡El duque de Lerma! exclamó. ¡El duque de Lerma! exclamó un hombre que abría al mismo tiempo una puerta. Lerma arrancó la linterna de las manos de doña Ana, y miró á aquel hombre y retrocedió. ¡Mi hijo! exclamó con espanto.

El duque en esta perplejidad se dirigió á la de la derecha, con paso silencioso como el de un ladrón, oculta la luz de la linterna, con las manos por delante. En un ancho y magnífico dormitorio, en un no menos ancho y magnífico lecho, dormía, mejor dicho, estaba acostada la hermosa duquesa de Gandía. Desvelábala el cuidado.

Quevedo abrió la linterna, y Juan Montiño, doblando la carta que su tío había recibido de palacio, y dejando sólo ver el primer renglón que decía: «Tenéis un sobrino que acaba de llegar de Madrid...» mostró aquel renglón á Quevedo. ¡Y es letra de mujer! dijo éste. ¿Pero no la conocéis? No repuso Quevedo guardando la linterna.

Veamos, pues, qué tales trazas tiene el difunto. Es un sargento mayor dijo un alguacil. ¡Un sargento mayor!... exclamó Montiño. Y de una manera instintiva arrojó una mirada cobarde al cadáver, cuyo semblante estaba alumbrado por la luz de la linterna de un alguacil. ¡Don Juan de Guzmán! exclamó Montiño reconociéndole ¡el infame que me ha robado mi dinero, mi mujer y mi hija!

Palabra del Dia

hociquea

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