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Actualizado: 28 de junio de 2025


25 Y ellos, habiendo testificado y hablado la Palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas tierras de los samaritanos anunciaron el Evangelio. 26 Y el ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 28 y se volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías.

Averiguó, porque no lo sabía, hacia dónde estaba la Bombilla, ajustó y citó un carruaje para las seis y media de la mañana, pensando en tener, si éste faltaba, tiempo de buscar otro; estuvo leyendo, sin enterarse, hasta las dos; intentó dormir, no pudo, y desconfiando de que le despertasen oportunamente, se levantó antes de que amaneciese. A las siete en punto tenía la capa puesta.

Hizo bien el duque en esperar á quedarse solo para leer aquella carta; nuestros lectores adivinarán su contenido. En ella, á vueltas de pesadas reflexiones, participaba la duquesa á Lerma lo que la había acontecido con el rey y la desaparición de la reina de su cuarto. El duque, leyendo esta carta, se puso sucesivamente pálido, lívido, verde. No comprendía bien aquello.

¡Ah, pensó Adriana, encantarse conmigo, ellas que viven en un continuo encantamiento! Y siguió leyendo, ávidamente. Carmen le refería que casi siempre estaban solas, que rehuían toda relación con mozos, a causa de cierta manía o preocupación de Zoraida, toda una historia muy dolorosa, que ella prometía contarle.

Contra este viento, el viejo oponía una voluntad no menos férrea y tenaz. Todo el día se pasaba con su cabeza dura y gris, cubierta por un alto sombrero enlutado, hundido hasta las cejas, leyendo en alta voz las inscripciones funerarias. Las citas de las Santas Escrituras le gustaban y se complacía en corroborarlas con una Biblia manual. Aquélla es de los salmos dijo un día al cercano enterrador.

Al llegar Ruiloz al lado de Julia, ésta dejó caer el periódico sobre el velador, disculpándose de haber seguido leyendo. Creí que se había V. marchado. ¿Sin despedirme? V. ya es de casa. ¡Ojalá! ¿Por qué? Ruiloz, sin contestar a esta pregunta, siguió: Me he quedado para hablar con V. ¿Conmigo?

Yo no gozo con lo que aquí suele gozar la gente; antes bien sus placeres son ocasión de padecer para , porque nada hay que atormente tanto como encontrarse aislado entre la muchedumbre y á mil leguas de sus pensamientos y aspiraciones. Así, que paso la vida encerrado en mi casa, sin ganas de agregarme á ella... leyendo... pensando... soñando.

Amaba el mar, y tenía casi á la puerta de su casa un palacio flotante, el yate, cuya fotografía publicaban los periódicos ilustrados para envidia de los infelices: pero apenas emprendía un viaje, tenía que volver llamado por sus negocios. Además, él era un hombre de familia; se aburría en la soledad del océano ó en los puertos ruidosos, haciendo vida de célibe, fumando y leyendo.

Y como a más del insulto había le insidia, la atmósfera se cargaba. Me parece díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos que podrías tener más limpios a los muchachos. Berta continuó leyendo, como si no hubiera oído. Es la primera vez repuso al rato que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.

El doctor permaneció un momento en pie, leyendo las últimas líneas que había escrito el día anterior. Luego, como quien acaba de tomar una resolución penosa, sentose, tomó la pluma y escribió lo que sigue: «Viernes, 12 de mayo, a las cinco de la tarde. »Gracias al Cielo, está mejor Magdalena. Ahora reposa.

Palabra del Dia

rigoleto

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