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Actualizado: 10 de junio de 2025
¿Vos torpe? ¡Si no os entiendo!, á no ser que el decálogo del amor empezase de esta manera: el primero, amar á la condesa de Lemos sobre todas las cosas. Bien decís que sois torpe; el decálogo del amor debía decir: el segundo no galantear en vano. Porque sé que en vanísimo enamoro, digo que viniendo á la corte, me entierro.
Y yo no sé qué hay esta noche en palacio: las damas andan de acá para allá. La camarera mayor está insufrible, y la señora condesa de Lemos tan triste y pensativa... algo debe de haber sucedido grave á la señora condesa. ¿Pero quién os ha dado esta carta? La señora condesa de Lemos. La condesa de Lemos no es alta, ni blanca, ni... no, señor murmuró Montiño.
No, vos no dijo alentando apenas la duquesa ; decid á la señora condesa de Lemos que entre. Poco después entró una joven como de veinticuatro años, hermosa, viva, morena, ricamente vestida, y sobremanera esbelta y gentil. A la primera mirada comprendió que sucedía algo terrible á la duquesa. ¿Qué es esto, señora? la dijo ; estáis pálida, mortal, tembláis... ¿qué os ha sucedido?
La condesa de Lemos, sobreexcitada, trémula, enamorada, se quedó profundamente pensativa y devorada por la impaciencia, paseándose á lo largo de su recámara. DE CÓMO LE SALIÓ Á QUEVEDO AL REV
Y téngase en cuenta no sólo que cada barra de plata se valorizaba en dos mil duros, sino que el viaje del Callao a Cádiz no era realizable en menos de seis meses. La tentación era poderosa, y el conde de Lemos vaciló. Pero los jesuítas le hicieron presente que mejor partido sacaría ejecutando a Salcedo y confiscándole sus bienes.
''Pues, hermano -le respondí yo-, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara y hace más merced que la que yo acierto a desear''.
Digo pues que el mancebo generoso, Que alli deciende de encarnado y plata, Sobre todo mortal curso brioso, Es el CONDE DE LEMOS, que dilata Su fama con sus obras por el mundo, Y que lleguen al cielo en tierra trata: Y aunque sale el primero, es el segundo Mantenedor, y en buena cortesia Esta ventaja califico y fundo.
¡Conque el tío Manolillo!... exclamó seriamente admirado Montiño ; esto es grave, gravísimo. ¿Y no os dijo, señor Gabriel, quién era su enemigo? No me lo ha dicho, pero yo lo sé. ¡Ah! ¿Y cómo lo sabéis vos? ¿Quién es en la corte un hombre que vale tanto como el duque de Lerma el de Uceda, ó el conde de Olivares? ¡Bah! hay muchos: el duque de Osuna. Está de virrey en Nápoles. El conde de Lemos.
Pues yo os creo demasiado fuerte, y en cuanto á lo desdichada, estando ausente de vos mi señor el duque de Lemos, no os podéis quejar. Quéjome de que siempre no haya estado lejos. ¡Oh! ¡si no hubiérais sido hija de Lerma! Ni aun delante de mí, perdonáis á mi padre. Eso os probará que para vos, mi lengua es lengua de Dios. No os entiendo.
La condesa se destrenzó los cabellos, se abrió el justillo, llegó á la luz, la apagó, y luego oyó Quevedo como el crujir de un sillón al sentarse una persona. Quevedo cerró su linterna y dijo al bufón: Abrid y hasta otro día. Pero, hermano don Francisco, ¿os vais á encerrar sin escape en la cueva del león? La condesa de Lemos cuidará de darme salida. Dios quede con vos, hermano.
Palabra del Dia
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