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Actualizado: 10 de julio de 2025


Os enterraron en el matrimonio, poniéndoos por mortaja al conde de Lemos. ¿Cómo queréis que no me alegre, cuando os desamortajan y os desentierran? ¿Cómo queréis que no exclame? Conde que te has condenado, porque pecar no has sabido: bien casado, mal marido, ¡guárdete Dios, desterrado! ¡Sois terrible! exclamó riendo la condesa.

Y siguió adelante, pero con paso vago, como de quien no sabe á dónde va. ¡Eh, caballero! le dijo una voz de mujer al pasar junto á la puerta. Hábito llevo dijo don Francisco ; conque bien puedo responder aunque á pie me hallo. ¿Qué se os ocurre, señora? Mi señora os llama. ¿Y quién es vuestra señora? La señora condesa de Lemos. ¡Ah! pues sed mi estrella. ¡Qué! Que me guiéis. Seguidme.

Pues bien dijo después de algunos segundos , voy á hacer más que aconsejaros: voy á vengaros. ¿A vengarme, señora? Voy á hacer que por lo menos destierren de la corte á don Rodrigo Calderón, y que levanten su destierro al conde de Lemos. Procurad lo primero y aun más si podéis dijo con vivacidad la condesa ; pero en cuanto al conde de Lemos, dejadle por allá: me encuentro muy bien sin él.

La de Lemos iba ceñida á la pared del lado izquierdo, con la bujía levantada, mirando los números pintados sobre las puertas, y ya había recorrido un gran espacio sin encontrar el número 10, ni la puerta verde, cuando oyó al fondo de la galería ruido de pasos lentos y marcados, como los de un hombre que anda pesadamente y con dificultad.

Voy á decirte los nombres: La condesa de Lemos, tu hija, te ha obligado sin duda á que prendas á Quevedo, y la duquesa de Gandía, la buena, la inocente doña Juana de Velasco, ha sido, sin duda, quien te ha exigido la promesa formal de no meterte en prenderle.

Y yo necesito que el conde de Lemos vuelva. Entonces doña Catalina estará más contenida, porque un marido al fin es un marido, y, si pretende hacer algo, yo la haré callar. Del mismo modo haré que la duquesa de Gandía te sirva de cabeza. Conque ayudémonos resueltamente, duque, y no disputemos más.

El conde de Lemos seguirá en su destierro; ha sido más audaz que los otros... ha pretendido ganar la confianza de su alteza, despertando sus pasiones y halagándolas... ha sido, pues, necesario ser severo con él, y como lo he sido con él, lo seré con los demás; lo seré, no lo dudéis añadió el duque contestando á un movimiento de duda de don Rodrigo.

La conversación con la condesa de Lemos había agravado, á su juicio, aquella situación; había descubierto grandes cosas; esto es: que la reina alentaba á don Rodrigo Calderón, confidente y secretario íntimo del duque de Lerma, á quien lo debía todo, y que don Rodrigo, alentado por la reina, hacía una completa traición al duque.

Al conde de Lemos, vuestro sobrino, levantamos su destierro. Todos son enemigos míos, señor. ¿Y qué os importa, si es vuestro amigo el rey? Sea lo que vuestra majestad quiera. Envíense correos á don Baltasar de Zúñiga para que se vuelva á su oficio de ayo del príncipe don Felipe. Lerma, aterrado, se resignó. Aquel era un golpe mortal. Sus enemigos triunfaban. ¿Pero de qué medios se habían valido?

¡De tentaciones os ocupábais! dijo la de Lemos ; pues mirad, señora, la noche está de tentaciones. ¿Vos también leíais? No, señora, pensaba. ¿Y pensando teníais... tentaciones?... Y muy fuertes, señora. ¿Pero de qué? ¿qué diablo os tentaba? El diablo de la venganza.

Palabra del Dia

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