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Actualizado: 10 de junio de 2025


Tomad, doña Catalina dijo la camarera mayor ; será necesario que os encarguéis vos misma de llevar esta carta á vuestro padre. ¡Yo... misma...! contestó con altivez la de Lemos. Menos arriesgado es esto que lo que queríais hacer por vengaros de don Rodrigo. Pero tengo mis razones... no quiero mezclarme para nada en estos negocios directamente... Pero hay un medio.

Tenéis razón... no lo que pienso ni lo que digo. Venid; frente á esta puerta hay el hueco de unas escaleras; ocultos bajo ellas podremos esperar sin que nadie, aunque traiga luz, nos vea. Guzmán y la comedianta se pusieron en acecho bajo las mismas escaleras donde la noche antes había ocultado Quevedo á la condesa de Lemos, para que no la vieran los tudescos.

Mira de Mescua , natural de Guadix, en el reino de Granada, era arcediano de dicha ciudad á principios del siglo XVII; fué protegido por el conde de Lemos, virrey de Napóles, á quien acompañó á Italia en 1610 , y vivió más tarde consagrado á sus deberes sacerdotales en la corte de Felipe III y IV. Como en la loa de Rojas, impresa en 1603 y escrita muchos años antes, se le llama poeta dramático famoso, hubo necesariamente de comenzar su carrera dramática durante el siglo XVI. Grande hubo de ser su fecundidad, puesto que las obras impresas, que pasan por suyas, y que serán sin duda parte mínima de todas ellas, ascienden á más de 50 .

Quevedo, pisando lodos, atravesó con pena algunas calles, se detuvo en una, en la de Fuencarral, delante de una gran casa y se entró. Poco después, una doncella decía á la condesa de Lemos: ¡Don Francisco de Quevedo! Haced, señora, que me den tintero y papel dijo Quevedo entrando. Os lo daré yo dijo la condesa . ¿Pero qué es esto, amigo mío? dijo cuando quedaron solos.

Se comprende fácilmente: el padre es el duque de Lerma; el hijo, el de Uceda; el otro, don Baltasar de Zúñiga, y el sobrino, el conde de Olivares, esto sin contar el de Lemos y otros... ¿De modo que habéis vivido engañando á todo el mundo? El amor al dinero... Porque sin el dinero... ¿Habéis llegado al punto de matar por el dinero? ¡Ah, no, señor; no, señor! exclamó todo horrorizado Montiño.

La mujer, que era una doncella de la condesa de Lemos, le llevó á la antecámara de la reina, donde le salió al encuentro doña Catalina de Sandoval. Gracias á Dios que el rey os ha soltado dijo. ¿Y por qué esas gracias? Os esperan. ¿Dónde? En el oratorio de la reina. Pues no adivino. ¿No os ha dicho el rey que vos debéis representarle como padrino de una boda?...

En efecto, la quinta del conde de Lemos era una hoguera. Oblíganme dijo Quevedo , malo me hacen culpas ajenas; la maldición me sigue; pero pica, Juara, pica, que me importa llegar á Madrid cuanto antes. Pero calla, que oigo los cuartos de un reloj da la villa que nos trae el viento. ¡Las nueve! dijo Juara. Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas las puertas; enderecemos á la de Segovia.

Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra más libros que tienen letras las Coplas de Mingo Revulgo.

Os ayudaré... y en prueba de ello, desconfiad del duque de Uceda y de la condesa de Lemos. Vuestros hijos son vuestros mayores enemigos. Será necesario destruirlos. Obrad con energía. Obraré, pero decidme: ¿qué os ha dado don Francisco de Quevedo que así os ha vuelto en su favor? Nada, no me preguntéis nada.

Que procurase comprender lo que pudiese haber en aquello, y que le avisase. Es necesario confesar dijo la de Lemos, poniendo otra vez la carta en el torno y dándole vuelta que á veces mi padre está bien servido. ¿Seréis franca conmigo, prima? dijo la abadesa después de haber tomado la carta y de haberla guardado. ¿Y por qué no he de serlo? ¿Creéis acaso que yo tenga algún secreto?

Palabra del Dia

rigoleto

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