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Actualizado: 10 de junio de 2025


La duquesa, desde el momento, había comprendido la necesidad de avisar al duque de la aparición inesperada del rey y de la no menos extraña desaparición de la reina; pero cuando hubo oído las terribles revelaciones de la condesa de Lemos, vió que era de todo punto imprescindible avisar á Lerma sin perder un segundo.

Y para insoportable; tenemos que hablar mucho. Ahora las noches son largas. Pues hasta la noche; ¿á qué hora? A las ánimas. Pues hasta las ánimas. ¡Hola! dijo la condesa á uno de sus lacayos que estaba á la puerta ; que acerquen la litera. La condesa de Lemos entró en ella, y la litera se puso en marcha. Quevedo estaba incómodo.

Una reja bastante alta, para que pueda confesar sin temor que por aquella reja hablaba con un caballero, más discreto por cierto, más agudo, y más valiente y honrado que el conde de Lemos. Sin embargo, creo que hace dos años ya estábais casada. ¿Y qué importa? yo no amaba á aquel caballero, ni aquel caballero me amaba á . Os creo, pero no comprendo...

Por lo mismo, y ya que en estos momentos tenéis á mi hija y á Quevedo en uno de los locutorios de ese convento, observad, ved lo que descubrís en cuanto á la amistad más ó menos estrecha en que puedan estar mi hija y Quevedo, porque lo temo todo, tanto más, cuanto peor marido para doña Catalina, y peor hombre para , se ha mostrado el conde de Lemos.

Y contestando con otra no menor reverencia á la abadesa, mientras la de Lemos callaba verdaderamente turbada por la situación, dijo: ¡Mi señora doña Angela!... Hace mucho tiempo que sólo me llamo sor Misericordia, caballero , dijo la religiosa con acento severo y agresivo. Perdonad, pero yo busco en vos la dama, cuando voy á hablaros del mundo, cuando voy á sacar vuestro pensamiento del claustro.

La reina se estremeció; el padre Aliaga se heló; se levantó el tapiz, y la condesa de Lemos dijo desde él: Señora: doña Clara está enferma, pero me ha dicho que si vuestra majestad lo desea, se hará conducir. La reina respiró; al padre Aliaga se le quitó de sobre el corazón una montaña. No... no... se apresuró á decir el rey de ningún modo. ¿Y está... en mucho peligro nuestra buena doña Clara?

El incendio de la quinta del conde de Lemos se apagó, pero no se apagó del mismo modo el incendio del corazón de la condesa. En la primavera siguiente, la condesa de Lemos fué á visitar sus posesiones de Nápoles. En resumen, ¿cuál de nuestros personajes era la víctima de los sucesos que acabamos de relatar?

¿Pero y en qué? En dar motivo para que le destierren de esta corte; ¡y qué motivo!, un motivo por el cual se ha puesto á nivel de ese rufián, de ese mal nacido, de ese Gil Blas de Santillana. ¡Ah, ah! Descender hasta... Pero eso debe ser una calumnia. No, señora; el conde de Lemos ha cedido á una tentación, y cediendo á ella me ha ofendido á ... como que hay quien dice... ¡Calumnias!

¡Quia! el conde de Lemos estaba en Alcalá; por la mañana, antes del alba, salía de allí, y por trochas y sendas llegaba hasta mediar el camino de Madrid; yo he ido á llevarle muchas veces cartas de don Baltasar de Zúñiga y del secretario Céspedes, y de otros varios; el conde esperaba que de un momento á otro le levantasen el destierro; por la tarde se volvía, y ya de noche entraba otra vez en Alcalá.

La reina se estremeció. El padre Aliaga se cubrió de sudor frío. Pero la reina no se detuvo; dió dos palmadas, y se abrió la puerta de la cámara. Apareció la condesa de Lemos, que, por enfermedad de la duquesa de Gandía, desempeñaba accidentalmente las funciones de camarera mayor, como primera dama de honor.

Palabra del Dia

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