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Actualizado: 10 de junio de 2025


Las procesiones y fiestas religiosas de entonces recordaban, por su magnificencia y lujo, los tiempos del conde de Lemos. Los portales, con sus ochenta y cinco arcos, cuya fábrica se hizo con gasto de veinticinco mil pesos, el Cabildo y la galería de palacio fueron obras de esa época.

No, no; es blanca. ¿Cómo, pues, sabéis su color si iba tapada? Una mano... ¡Ah! es verdad, las tapadas que tienen buenas manos no las tapan. Pues no es la condesa de Lemos dijo para Quevedo. Era alta, gallarda, muy dama, muy discreta, joven, andar majestuoso... No conozco dama que tenga más majestad en palacio que la reina.

Pero continúo con mi suposición: supongamos que con tales antecedentes sale una noche la señora condesa de Lemos en una litera por un postigo de su casa muy encubierta, y que yo, por casualidad, paso por la calle y veo aquello; que al ver aquello me acuerdo de lo otro que por casualidad, ajusto la cuenta por los dedos, entro en curiosidad de saber en lo que quedará la aventura, y me voy detrás de la litera y de los hombres que la acompañan; que así andando, andando, y recatándome, amparado de una noche obscura, sigo á la litera por espacio de cinco leguas, y entro tras ella, recatándome siempre en un lugar... supongamos que aquel lugar es Navalcarnero; que la litera se para delante de una casa y sale la condesa de Lemos muy tapada y se obscurece en la casa, cuya puerta se cierra en silencio; que yo me quedo á la mira, y á las dos noches después, vacilante y trémula, veo salir de nuevo á la señora condesa muy tapada, que se mete en la litera, y que la litera sale del pueblo y toma el camino de Madrid.

¡Ah! por mis pecados, condesa de Lemos dijo Quevedo , que no sabía yo que tan valiente érais. Las mujeres son diablos, don Francisco repuso Juara. Y aun archidiablos; una perdió al mundo y sus nietas siguen perdiéndole; aconsejadas siguen por el diablo. ¡Audacia como ella! Pero cuenta, hijo, cuenta; así entretendremos el tiempo. ¿Cómo te me he venido yo á las manos? ¡Lance más donoso!

Casi todos los cargos importantes de su corte se encomendaron á hombres ilustrados, capaces de apreciar las artes y la poesía, si ya no sobresalieron también en este concepto, como los condes de Lemos y de Villamediana . Una de las diversiones favoritas del Rey, después de cumplir con los deberes de su gobierno, á los cuales tal vez no dispensase toda la atención necesaria, era el de solazarse con improvisaciones y juegos poéticos.

¡Creo que amáis á don Francisco! ¡Y qué! dijo fríamente la de Lemos, que era violenta. ¡Lo confesáis! Ahorro una disputa vergonzosa. ¿De modo que el amor...? ¿Y qué entendéis vos de amor? dijo con desprecio la de Lemos. La abadesa se mordió los labios. Yo creía que os justificaríais.

Y se lo he dicho en la misma antecámara de su majestad la reina, donde estaba de servicio, donde nadie nos oía, donde no nos veía nadie, donde doña Catalina ha podido juzgar, por pruebas indudables, de la sinceridad de mis palabras. ¿No es verdad, señora? , , don Francisco, es verdad dijo la de Lemos, poniéndose ligeramente encarnada.

El Conde de Lemos y Andrade, marqués de Sarria, pertiguero mayor de Santiago, Castro y Enríquez, del gran Duque de Arjona, viene en aquel coche; tan entendido y generoso como gran señor.

La joven condesa de Lemos fué á pedir el agua, murmurando para mientras llegaba á la puerta de la cámara: ¡Una pesadilla que la ha puesto azul de miedo! ¡quién será el duende de esta pesadilla!

Miró la de Lemos al lugar de donde provenía el ruido, y sólo vió la área luminosa de la linterna. El que la llevaba estaba envuelto en la sombra. La condesa se detuvo contrariada, porque hubiera querido que nadie la viera en aquellos lugares, y se detuvo irresoluta. El de la linterna se detuvo también.

Palabra del Dia

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