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Así, familiarmente, ni más ni menos que si fuese pariente suyo, llamaban marido y mujer a un niño Jesús que tenían en el gabinete, colocado sobre una antigua mesa de hierros y patas torneadas, con un monumental florero de trapo a cada lado, y una lamparilla delante.

Está loco contestó riendo y abrazándome . No, no permito yo que tan buen amigo perezca por una temeridad. La vida es hermosa, y quien pensase lo contrario, es un imbécil. Ya llegamos a Cádiz. Tío Hígados, eche aceite a la lamparilla, que ya estamos cerca de la taberna de Poenco. Al anochecer llegamos a Cádiz. Lord Gray me llevó a su casa, donde nos mudamos de ropa, y cenamos después.

La lamparilla no quería arder, su resplandor vacilante luchaba contra las sombras que bailaban sin interrupción en la cama y en las paredes. Frente a pendía la corona de yedra, negra y puntuosa; parecía una corona de espinas. Eran más o menos las diez, cuando Marta se puso a delirar.

Al entrar en la alcoba, Martín levantó el brazo, con lo que iluminó el rostro del enfermo y el suyo. El herido tomó el vaso en la mano, é incorporándose y mirando a Martín comenzó a gritar: ¿Eres ? ¡Canalla! ¡Ladrón! ¡Prendedle! ¡Prendedle! El herido era Carlos Ohando. Martín dejó la lamparilla sobre la mesa de noche. Márchese usted dijo la patrona . Está delirando.

Las confiterías sevillanas de antaño tenían un aspecto general que no dejaba de ser característico; en el mostrador no se exhibían los dulces para excitar el apetito: antes por el contrario, se ocultaban los toscos tableros, que sólo se sacaban á petición del comprador; los botes con los almíbares y las conservas se colocaban en largas hileras en la estantería, en cuyo testero principal no faltaban nunca una hornacina, con una escultura religiosa ó con un cuadro devoto, ante el que ardía cierta lamparilla de aceite, y completaban el menaje del establecimiento dos grandes velones, una bandeja con jarro, vasos, un peso de cobre y uno ó dos bancos toscos, en los cuales tomaban asiento y descansaban por las tardes los amigos del dueño, que nunca dejaban de formar allí su tertulia, más ó menos numerosa.

El teatro estaba perfectamente iluminado con toda clase de aparatos. Allí había desde la elegante araña de seis bombas de tulipán, alimentada con petróleo, á la modesta lamparilla que chisporrotea en la chireta de coco. Las reinas y princesas estaban irreprochables en cuanto á riqueza.

Y al extremo del pasillo, entraron en la única habitación vividera de la casa: una alcoba con cama camera de hierro, colcha de punto de gancho, espejos torcidos, láminas de odaliscas, cómoda derrengada, y un San Antonio en su peana, con flores de trapo y lamparilla de aceite. El diálogo fue rápido y nervioso: «¿Qué se le ofrece? Pues poca cosa. Que me prestes diez duros.

Ello es que ha ido a mirarse al espejo; pero valiera más que no hubiese ido. Cuando ha acercado la luz al cristal ha visto una araña que corría por él. La araña era pequeñita; pero tal susto se ha llevado, que por poco si deja caer la lamparilla. Y ahora que ha sentido que este presagio le anunciaba que todo iba a acabar para ella. ¿Cuándo? Acaso esta noche.

Detrás de la reja que sirve de fondo al vestíbulo, veíase, no muy claramente, a la luz de una lamparilla que le alumbraba, porque la del crepúsculo podía darse afuera por extinguida, un altarcito con la imagen de la Virgen llamada de las Nieves, según informes de Chisco. Descubríme yo también, y sin obligarme a ello el mandato que leí en una mirada del espolique.

Y eso les ayudaba a pasar las horas de un modo agradable. Hullin, que se había quedado solo frente a su lamparilla de cobre, ferraba los zuecos del anciano leñador; ya no se acordaba del loco Yégof; subía y bajaba el martillo clavando gruesos clavos en las recias suelas de madera, de una manera automática, por la fuerza de la costumbre.