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Actualizado: 1 de junio de 2025
En esto se abrió una puertecita contigua a la primera y apareció un hombre en traje de obrero, con una lamparilla de petróleo en la mano. Al ver a aquellos señores les dio las buenas noches y les preguntó lo que deseaban. Hojeda le explicó el caso en pocas palabras.
Era rubia, de ojos azules, ensortijado el pelo; estaba en camisita y traía en la mano la pelota. Luis, Genoveva y Damián, cayeron de bruces sobre la mesa... Casilda, loca de espanto, se tiró al suelo de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos y gritando: ¡Perdón, Señor! La niña retrocedió asustada, tiró al huir la lamparilla derramando el aceite, y se metió en la cama muertecita de miedo.
Todo el día te he visto preocupado, tristón... ¿qué pasa? La lamparilla del techo que alumbraba dos departamentos, apenas rompía las tinieblas de aquel coche que parecía caja de muerto. Frígilis no podía ver bien el rostro de don Víctor, pero le oyó, de repente, llorar como un chiquillo, y sintió la cabeza fuerte y blanca de Quintanar apoyada en el hombro del amigo.
A Martín le dió la impresión de conocer esta voz. Buscó por la sala una botella de agua, y como no había en el cuarto, fué a la cocina. Al ruido de sus pasos, la voz de la patrona preguntó: ¿Qué pasa? El herido que quiere agua. Voy. La patrona apareció en enaguas, y dijo, entregando a Martín una lamparilla: Alumbre usted. Tomaron el agua y volvieron a la sala.
Miró en torno suyo: chisporroteaba una lamparilla sobre la mesa; una mujer de edad madura roncaba desapaciblemente al pie de la cama, en un gran butacón, y por las rendijas de las dos ventanas, cerradas ambas, entraban discretos rayos de luz, cual si el nuevo día se adelantase de puntillas y sonriendo a dar la enhorabuena al enfermo.
»Desperté de pronto y la visión desapareció en el acto, volviendo a contemplar mis atónitos ojos el aposento a media luz, el blanco techo, la triste lamparilla y a mi lado el doctor, que silencioso y grave, con semblante impasible, pero con mirada terriblemente profunda, contemplaba a Magdalena dormida. » Ya ves que has hecho mal en reclamar tu turno me dijo fríamente.
Desvelado, en las altas horas de la noche, se levantó de su mezquino lecho, se vistió precipitadamente el sayal, encendió con eslabón, yesca y pajuela, una lamparilla de hierro, salió de su celda, atravesó los claustros desiertos y sombríos, se dirigió a la puerta de la celda del Padre Ambrosio, y llamó golpeando en ella.
La masa negra que forma el frontispicio de la iglesia, destacándose bajo un cielo siempre cubierto de nubes; la opaca lamparilla que perezosamente chisporrotea en el hueco del muro, alumbrando, ó mejor dicho, queriendo alumbrar, la imagen de San Luís, patrón del pueblo, y más que todo el monótono y pertinaz llover, forman un cuadro altamente medroso.
Arregló su paraguas lo mejor que pudo, y como los ímpetus del viento hubiesen sosegado un instante, saliose del portal, no sin dirigir una mirada de miedo y hostilidad a la gran puerta negra del fondo, en lo alto de la cual ardía tristemente una lamparilla de aceite detrás de una ventanilla enrejada.
Respondiendo sólo con una profunda inclinación de cabeza, obedeció Fray Miguel; bajó del camaranchón antes que el Padre Ambrosio, y despidiéndose de él atravesó los oscuros claustros, levemente iluminados por la luz de las estrellas y por una lamparilla que ardía ante un crucifijo pendiente del muro, y se retiró a su celda, todo conmovido por los mil encontrados pensamientos, deseos y temores que combatían por la posesión de su alma.
Palabra del Dia
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