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Actualizado: 25 de junio de 2025


La alcanzó en una estrechísima callejuela. Marchaba de prisa, dirigiendo miradas atrás. Al divisar a alguna distancia a Krilov, casi echó a correr, no disimulando ya el temor. Krilov apresuró también el paso. En aquella callejuela obscura y desconocida, donde sólo se hallaban él y la muchacha, experimentó un malestar muy parecido al miedo. «¡Hay que acabarse dijo.

Le daban vergüenza aquel guante y aquel dedo minúsculo, tímido, desamparado; pero no tenía fuerza para levantar la mano. «¡Muy bien! ¡Muy bien! pensaba Krilov . Estoy muy contento. De buena gana huirías; ¡pero no, pequeña! Será una buena lección para ti. Esto te enseñará a ser más prudente. ¡La vida no es lo que te creíasSe imaginó la vida de aquella muchacha.

Al ver que el portero entraba ya en su habitación, Krilov, apretando los dientes de rabia, le siguió dócilmente. «¡También me ha tomado por un espía este canallaEl habitáculo era reducidísimo. Sólo había en él una silla, en la que se sentó el portero, sin ceremonia. «¡Qué indecente! Ni siquiera me invita a sentarme!», pensó Krilov.

¡Señor, haga el favor de dejar paso! dijo el conductor, dirigiéndose al comerciante. El cual miró a Krilov y se apartó un poco, tan poco, que el otro apenas pudo pasar, y hasta hubiera jurado que el comerciante le oprimía ex profeso con su voluminoso cuerpo. Sofocado, Krilov saltó, por fin, a tierra y empezó a correr, a la ventura en persecución de la muchacha.

Ella no comprendía por qué lloraba: si por ser espía, en efecto, o por no serlo. Tuvo piedad de él. Se sintió, al mismo tiempo, ofendida por sus palabras, y empezó a llorar a su vez. Siempre lo mismo dijo lloriqueando . Siempre soy yo la culpable. ¿Para qué casarse con una idiota? Krilov se volvió hacia ella y, airadísimo, balbuceó: ¡Dios mío! ¡Doce años!

«¡Muy biense cumplimentó a mismo Krilov, con el corazón lleno de la alegría pérfida de un enfermo del hígado. Había algo de pintoresco, de sugestivo, de agradablemente inquietante en esa renuncia a su propia persona, en representar un papel antipático, en que los demás le odiasen y le temiesen.

El cobrador, silencioso, parecía también comprenderlo; al menos tomó la moneda con un desagrado tan visible, que Krilov se indignó. Asestó contra el cobrador sus gafas, a modo de cañones, y se dijo, al recibir el billete: «¡Me desprecias, canalla! Lo que no te impide robar a la Compañía. Os conozco a todos

«¡Tiene gracia! se dijo Krilov, volviendo a otro lado los ojos y tratando de dar a su rostro una expresión de indiferencia . Le dan miedo mis gafas azules; todas estas muchachas están seguras de que un hombre con gafas azules es un espía... Lleva probablemente proclamas escondidas en el corsé.

¡Mira cómo eres! balbuceó Krilov. ¿Por qué tenía aquella cara estúpida? ¿Quién se había atrevido a dársela? Una gruesa lágrima cayó de sus ojos. Apretando los dientes, se afeitó la otra mitad de la barba, y, tras una corta vacilación, se afeitó también el bigote. Mirose de nuevo al espejo. Al día siguiente todos se reirían al verle así. Y, sin embargo, en otro tiempo era muy otra aquella cara.

En otro tiempo, las muchachas escondían cartas amorosas; ahora son proclamas y boletines revolucionarios lo que esconden. ¡Boletines! ¡Qué palabra más estúpidaDirigió de nuevo, a hurtadillas, una mirada a la muchacha, y volvió en seguida los ojos. Ella le miraba, como mira un pájaro a una serpiente que se acerca, y apretaba la mano contra su costado izquierdo. Krilov se incomodó.

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