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Actualizado: 25 de junio de 2025
Es lástima, sobre todo siendo tan bonita.» La muchacha advirtió las miradas severas de Krilov, y se turbó. Se turbó de tal modo, que la sonrisa desapareció de su rostro y fue reemplazada por una expresión de miedo infantil, mientras su mano izquierda, con un movimiento instintivo, se dirigía hacia su pecho, como si llevase algo escondido en el corsé.
¡Permítame usted! le dijo él, tratando de abrirse paso. Pero el sitio que dejaba libre el envoltorio era demasiado estrecho, y no podía pasar. Por el otro lado impedían el paso el conductor y el comerciante grueso y rojo. Este último fingía no darse cuenta de que Krilov quería descender. ¡Pero déjeme usted pasar! exclamó Krilov con cólera . Conductor, ¿oye usted? ¡Reclamaré!
Ella se quedó inerte en su asiento, y, con un gesto desesperado, exclamó: ¡Ya me lo sospechaba! Lo había adivinado hace tiempo. ¡Dios mío, qué desgraciada soy! Krilov se levantó de un salto, se acercó a ella y se puso a agitar furiosamente el puño cerrado ante su rostro, conteniendo a malas penas su deseo de golpearla.
El resultado le satisfizo: la muchacha se estremeció de miedo, y sus ojos se llenaron de angustia. «¡Vamos, pequeña! pensaba, triunfante, Krilov . Parece que huirías de buena gana; pero ¿cómo? ¡Magnífico! ¡Espera, que aun hay más!» Se iba interesando en el juego, encontrando en él un placer.
Nada de esto se le había escapado a Mitrofan Vasilich Krilov, que poseía el don de la observación. Iba de pie en la plataforma del tranvía, frente a la muchacha. Por entretenerse, la contemplaba, un poco distraída y fríamente, como una fórmula algebraica sencilla y muy conocida que se destacase en la negrura del encerado.
Con disgusto, Krilov dirigió una mirada a su viejo gabán, al botón que colgaba con un pedazo de la tela; se imaginó su rostro amarillo y agrio, que detestaba, hasta el extremo de no afeitarse sino una vez al mes; sus ojos, con gafas azules, y se convenció, con un placer maligno, de que parecía, en efecto, un espía.
Confuso, evitando algunos detalles, Krilov refirió a su mujer su aventura con la joven estudianta, y manifestó sus temores de que la muchacha pudiera encontrárselo por casualidad. ¿No es más que eso, pues? gritó Macha tranquilizada . ¡Y yo que me había figurado cosas terribles! No hay por qué atormentarse; no tienes más que afeitarte la barba y quitarte las gafas para que no te reconozca.
Palabra del Dia
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