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Actualizado: 25 de junio de 2025


El portero no hizo caso de sus palabras y continuó: ¿Cuánto cobra usted al mes? El rubio me dijo que cincuenta rublos. No es mucho. ¡Doscientos! dijo Krilov, observando con una alegría maligna que el rostro del portero expresaba casi el entusiasmo. ¡Oh, doscientos! Eso es otra cosa... ¿Quiere usted un cigarrillo?

Pero aun en estado de embriaguez se guardaba de decir nada excesivo, y no protestaba contra nada. En fin, hay hombres que creen en Dios y los hay que no creen. ¿Y él? «Veamos. ¿Existe Dios? ¿ o no? No lo , no nada. ¿Y yo? ¿Existo yoKrilov siente un escalofrío: ni siquiera tiene una idea clara de si existe o no existe.

Krilov le miró de un modo significativo a través de sus gafas, y el portero comprendió en seguida; hizo con la cabeza un signo que daba a entender que adivinaba lo que llevaba allí a Krilov y le tendió la mano. ¡Qué confianzudo! se dijo Krilov; pero estrechó con fuerza la mano dura e inflexible como una plancha. ¡Entremos en mi casa! invitó el portero. ¿Para qué? Yo sólo quería...

Cuando Krilov salía ya, oyó al portero despedirle con estas palabras: ¡Atajo de gandules! «¡Canallacontestó mentalmente Krilov, acelerando el paso y buscando con la vista un coche. ¡En seguida, a casa! De pronto recordó que tenía su diario, y que en tal diario había escrito en cierta ocasión hacía mucho tiempo, cuando era aún estudiante algo muy radical, atrevido y bello.

«Las páginas ardieron pensó con dolor Krilov ; pero puedo acordarme de su contenido. Lo escrito en ellas existe; sólo necesito recordarlo.» Y lo intentó, sin encontrar en su memoria sino detalles insignificantes: la forma de las páginas arrancadas, la escritura, hasta los puntos y las comas. Lo esencial, lo principal, se había perdido para siempre y no resucitaría ya.

Escogiendo un momento favorable, apartó de la barandilla la mano del guante descosido, lo que le dio ánimos, y descendió presurosa del tranvía, en la esquina de una ancha calle, donde se cruzaban los rieles. Otros viajeros estaban también a punto de descender. Los había, al contrario, que subían. Una mujer delgada, que llevaba un gran envoltorio, impidió a Krilov la salida.

Dos veces se movió un poquito, disponiéndose a descender, y, al sentir sobre sus mejillas ruborosas la mirada inquisitorial de Krilov, permaneció como clavada en su sitio, sin retirar la mano de la barandilla en que se apoyaba. Su guante negro, con un dedo algo descosido, temblaba un poco.

Si le veía, se lo señalaría inmediatamente a toda su banda con el dedo, diciendo en alta voz: «¡Miradle, es un espía!» «Tendré que dejar de llevar gafas y cortarme la barba pensó Krilov . Si pierdo la vista, ¿qué le vamos a hacer? Además, el médico quizá se engañe y puede que yo no necesite gafas. En cuanto a la barba... verdaderamente no me cambiará mucho el quitármela.

Tres estudiantes aparecieron a alguna distancia. Krilov los miró con ojos espantados y se alejó a toda prisa. En cuanto llegó, en su carrera, a cierta callejuela angosta y tortuosa, se detuvo. ¿Iba a huir de todos los estudiantes de la ciudad? Además, sus perseguidores sólo eran dos. Volvió sobre sus pasos y no tardó en encontrarse de nuevo en la avenida.

Yo quería... comenzó Krilov; pero el otro le interrumpió de nuevo: Naturalmente, no hay que tener pelo de tonto en su oficio de ustedes, y, además, es preciso que en la fisonomía no haya nada de extraordinario que llame la atención. He visto a un colega de usted en extremo desfigurado, con un ojo de menos... ¡Vamos, vamos! exclamó Krilov . No tengo tiempo que perder. No me ha respondido usted aún.

Palabra del Dia

lanterna

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