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Actualizado: 23 de junio de 2025


A los gritos del combate sucedió un silencio sombrío e imponente; y aquellos diez y ocho hombres, únicos supervivientes, aislados en medio del Océano, rodeados de cadáveres, no se miraban sin cierto espanto. El mismo Kernok fijaba los ojos con estupor en el tronco informe del capitán inglés; porque la metralla se le había llevado un brazo.

Kernok se mostró digno de este ascenso por su valor y su habilidad; descubrió, sobre todo, una manera de encajonar a los negros en el sollado tan ventajosamente, que el brick, que hasta entonces no había podido llevar más que doscientos, pudo contener trescientos, a la verdad, apretándolos un poco rogándoles que se pusieran de lado en lugar de tenderse panza arriba como bajás , así decía Kernok.

Otros dicen que una mano invisible le empujó y que la estela plateada del buque se enrojeció un momento. Lo cierto es que se ahogó. Como el brick se encontraba cerca de las islas de Cabo Verde, el oleaje era fuerte y la brisa fresca, el timonel no oyó nada; pero Kernok, que había ido a dar cuenta de la ruta al capitán, debió ser el primero en advertir el accidente, al cual no era quizás ajeno.

Todo estaba dispuesto a bordo de El Gavilán: el capitán del desgraciado San Pablo, creyendo que el brick de Kernok era un navío de guerra, sin dejar de gemir por la desgracia ocurrida a bordo, izó el pabellón inglés, esperando ponerse así bajo su protección.

Away! goddam, away! lascars gritó el capitán inglés, hermoso joven de veinticinco años que, habiendo perdido las dos piernas, se había hecho meter en un barril de salvado, para contener la hemorragia y poder mandar hasta el último momento . Away! goddam! repitió. ¡Fuego, ahora, fuego sobre el inglés! aulló Kernok. Entonces todos los ingleses se lanzaron sobre el brick.

¡Y qué alma! ¡Cuántas veces, cuándo los negros que eran transportados del África a las Antillas, entumecidos por el frío húmedo y penetrante de la cala, no podían arrastrarse hasta el puente para aspirar el aire durante el cuarto de hora que a este efecto se les concedía, cuántas veces, digo, el joven Kernok les hacía recobrar el movimiento y la transpiración de la piel a fuerza de golpes!

Usted es Pen-Hap el desollador, ¿no es cierto, buen hombre? dijo por fin Kernok que, con su bastón herrado atizaba el fuego con tanta fruición como si se hubiese encontrado en el rincón de la chimenea de alguna excelente posada de Saint-Pol , ¿y usted la bruja de la costa de Pempoul? añadió mirando a Ivona con aire interrogativo.

Al contrario, los suyos, a la vista del amenazador cabo de cuerda, estaban siempre en un estado de irritabilidad nerviosa, como decía el señor Durand, de irritabilidad nerviosa muy saludable. De este modo, Kernok obtuvo bien pronto la estimación y la confianza del capitán negrero, capaz, afortunadamente, de apreciar sus raras cualidades.

Entonces ella, con los ojos humedecidos por las lágrimas, atrajo dulcemente la cabeza de Kernok sobre su seno, que se levantaba y descendía con rapidez.

Había no qué de horrible y de infernal en aquella escena. Kernok, el mismo Kernok, experimentó un ligero estremecimiento, rápido como una chispa eléctrica. Y sintiendo poco a poco despertarse en él su antigua superstición de niño, perdió aquel aire de incredulidad burlona que se pintaba en sus facciones al entrar. Bien pronto un sudor húmedo cubrió su frente.

Palabra del Dia

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