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Actualizado: 23 de junio de 2025


Pero en el momento de ir a dar el latigazo y cuando numerosos campesinos trepaban ya por la ladera para regresar a sus aldeas, se vio asomar muy lejos, en el sendero de Trois-Fontaines, un hombre alto, delgado, cabalgando en una jaca grande y roja, con una gorra de piel de conejo, de visera ancha y baja, metida hasta los hombros, dejando ver sólo la nariz.

D. Andrés Aznar, natural de Zaragoza, religioso agustino, Obispo de Jaca, y luego de Teruel, del que tomó posesión en 17 de Julio de 1674, y haciendo la visita de la diócesis murió en Bueña en 5 de Mayo de 1682.

Su mujer salió á la puerta del cuarto con los ojos hinchados, enrojecidos, y el pelo en desorden, revelando en su aspecto cansado varias noches pasadas en vela. Acababa de marcharse el médico; lo de siempre: pocas esperanzas. Después de examinar un rato al pequeño, se había ido sin recetar nada nuevo. Únicamente al montar en su jaca había dicho que volvería al anochecer.

Bajar a Sevilla, meterse en la plaza, lejos de los montes y los desiertos, donde le era fácil la defensa, sin el auxilio de sus dos compañeras, la jaca y la carabina, ¡y todo por verle matar toros!... De los dos, aquel hombre era el valiente.

El capellán D. Lesmes venía de este pueblo caballero en una jaca torda, linda y briosa. Era D. Lesmes, como ya sabemos, hombre apuesto, se hallaba en la flor de la edad y era además fachendoso, y sobre todo galán y enamorado. No es maravilla, pues, que al ver á la aldeana hiciese parar en firme á su caballo y pusiera cara de pascua. Buenos días, Florita, buenos días.

Dime, valeroso joven, que Dios prospere tus ansias, si te criaste en la Libia, o en las montañas de Jaca; si sierpes te dieron leche; si, a dicha, fueron tus amas la aspereza de las selvas y el horror de las montañas. Muy bien puede Dulcinea, doncella rolliza y sana, preciarse de que ha rendido a una tigre y fiera brava.

En esta última su principal objeto era dar picadero a una jaca que Pablo había cambiado por otra más vieja. Y ¡cosa extraña! a pesar del enajenamiento amoroso en que nuestro mancebo se hallaba, recibió la visita de los équites con inexplicable alegría, les ayudó afanosamente en su tarea. Al marcharse sintió una impresión de vacío en su vida.

Don Pedro de Madrazo ha descrito estos dos cuadros con una claridad y precisión que no hay más que pedir: al hablar de uno enumera fielmente las prendas de ropa, desde la gorrilla de ala y la valona de encaje, hasta el tabardo de mangas bobas y los zapatos de paño; al referirse a otro, desde el chambergo con plumas y la banda encarnada de cabos de oro hasta las botas atezadas; ni se olvida en el primero de los dos perros, perdiguero y galgo, ni deja en el segundo de dar idea de la jaca andaluza de color castaño sencillamente enjaezada: menciona, por último, los fondos de campo madrileño con sus quebradoras en el piso y sus celajes azulados de nubes blanquecinas; pero lo que no es dado expresar, ni aun con pluma tan experta, es el atractivo que la figura del Príncipe, alegre, juguetona y al mismo tiempo regia, tiene en estos lienzos.

La madre no trabajaba y las vecinas hacíanla la corte, viendo en ella una prestamista generosa para sus días de apuro. Juan, a más de las joyas pesadas y estrepitosas con que adornaba su persona, poseía el supremo lujo de todo torero: una jaca alazana, de gran poder, con silla vaquera y gran manta en el arzón orlada de borlajes multicolores.

En este elevadísimo estado de alma se hallaba nuestro amigo Pepe Castro ahumando una que figuraba la pata de un caballo, cuando le sacó de su éxtasis la voz de Rafael Alcántara que desde lejos le gritó: ¿Conque es verdad que has vendido la jaca, Pepe? Hace ya unos días. ¿La inglesa? ¿La inglesa? exclamó levantando los ojos hacia su amigo con asombro y reconvención . No, hombre, no; la cruzada.

Palabra del Dia

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