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Dime, valeroso joven, que Dios prospere tus ansias, si te criaste en la Libia, o en las montañas de Jaca; si sierpes te dieron leche; si, a dicha, fueron tus amas la aspereza de las selvas y el horror de las montañas. Muy bien puede Dulcinea, doncella rolliza y sana, preciarse de que ha rendido a una tigre y fiera brava.

43 Y se apoderará de los tesoros de oro y plata, y de todas las cosas preciosas de Egipto, de Libia, y Etiopía por donde pasará. 45 Y plantará las tiendas de su palacio entre los mares, en el monte deseable del Santuario; y vendrá hasta su fin, y no tendrá quien le ayude.

8 Egipto como río se hincha, y las aguas se mueven como ríos, y dijo: Subiré, cubriré la tierra, destruiré la ciudad y los que en ella moran. 9 Subid, caballos, y alborotaos, carros; y salgan los valientes: los etíopes y los de Libia que toman escudo, y los de Lidia que toman y entesan arco.

Preguntéle para qué se hacia aquello, y respondióme, que asi como de los dientes de la serpiente de Cadmo havian nacido hombres armados, y de cada cabeza cortada de la Hidra que mató Hercules, habian renacido otras siete, y de las gotas de la sangre de la cabeza de Medusa se havia llenado de serpientes toda la Libia; de la mesma manera de la sangre podrida de los malos poetas que en aquel sitio havian sido muertos, comenzaban á nacer del tamaño de ratones otros poetillas rateros, que llevaban camino de henchir toda la tierra de aquella mala simiente, y que por esto se araba aquel lugar, y se sembraba de sal, como si fuera casa de traidores.

Esta arrojó al Romano caballero En el abismo de la ardiente cueva, De limpio armado, y de luciente azero. Desde la ardiente Libia hasta la helada Citia lleva la fama su memoria, En grandiosas obras dilatada. Enfin ella es la altiva vanagloria, Que en aquellas hazañas se entremete, Que llevan de los siglos la vitoria.

Tertuliano, Eusebio Cesariense, San Clemente Alejandrino i algunos autores mas, tratan á la larga de las conquistas i navegaciones hechas por Nabuco, así en la Libia, como en toda Asia hasta Armenia, i ninguno habla de la venida i toma á sangre i fuego de la península hispánica.

Con ella cada paso es un prodigio; tras cada lucha un triunfo; a cada hora cede el de Tracia al celestial prestigio, y el de Etiopía con pasión la adora, y el ateniense sabio, el muelle frigio, el que de Libia en los desiertos mora, el que se apoya en pérsicos divanes, y el que enfrena soberbios alazanes.