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Te digo que tengo el humor muy negro, que me ahoga la bilis y que en este momento al menos necesito que seas un poco más humilde que de ordinario. ¿Lo entiendes? profirió reprimiendo con esfuerzo la cólera. La institutriz le miró con sorpresa á la cara, y después de contemplarle con atención unos instantes, convirtió de nuevo sus ojos á la lumbre, haciendo una imperceptible mueca de desdén.

Las tres niñas hablaban inglés y alemán e iban escoltadas por una institutriz roja y pecosa que miraba con tanto desprecio como la señora a los amigos del señor. De toda la familia, encerrada en su altivez triunfante, él era el único comunicativo y simple de carácter... cuando los suyos no estaban presentes.

Pero, desgraciadamente, los anteojos no bastaban para su seguridad, y aquella misma mañana había habido una explicación bastante viva entre la señora de Candore y su hermano a propósito de la institutriz. Te aseguro, querida Hermancia, que no he pensado nunca en hacer la corte a miss Dodson. Calla, calla, Héctor, eres incorregible. Pero... ¿Crees que estoy ciega? Te repito...

Negaría su consentimiento, y el pedírselo no conduciría más que a exponer a la pobre institutriz a alguna afrenta humillante. Lo mejor era callarse, resignarse, obedecer; y aquella hija de soldado fuertemente impregnada de disciplina sería la primera en aconsejárselo. En el fondo, su resolución estaba ya tomada.

Con cierta expresión de tristeza sonrió Antoñita al estrechar la mano del joven, pensando que también ella había gritado, sin que su voz llegase a los oídos de Amaury. La institutriz no había visto nada, o mejor dicho, lo había visto todo, pero habíase detenido su mirada en la superficie de las cosas sin querer profundizar.

Rostro de virgen... instruída, inteligente, modesta... no digo ella; su misma institutriz es una persona ejemplar... una verdadera perfección... Créeme, dedícate a estudiarla... ¡obsérvala, hijo mío! Se lo prometo a usted, tía. Bueno, ahora vete, tengo que escribir... mira, dile a Beatriz que venga.

Cuento sobre todo con tu corazón. Una vez sola, la de Candore tuvo una sonrisa de triunfo. El cascabel está puesto, dijo. Con tal de que Raúl no le quite... Ahora lo urgente es despedir a la institutriz.

Si obedeces á mamá y vas con mademoiselle al Bosque, esta noche cuando te acuestes te contaré un cuento muy largo... ¡muy largo! Carlitos aceptó la promesa, dejándose llevar por la institutriz sin nuevas rebeldías. ¡Ya se fué el déspota! dijo Robledo, fingiendo una gran satisfacción al verse libre de él. Celinda sonrió agradecida.

Tenían que librarse de la vigilancia de doña Cristina, para cambiar la carta que llevaba escrita con la que le entregaba Pepita en un rincón del hotel, ó en una revuelta del jardín: y gracias que contaban con el auxilio de Nicanora, la aña de su novia, la ama seca que, después de criar á la niña, se había quedado á su lado disputando su influencia, primero á la institutriz, y ahora á las doncellas y demás servidumbre femenina de la casa.

Raúl, por su parte, afectaba las maneras discretas, respetuosas y casi tímidas de un hombre de mundo ante una simple joven, lo que, por poco coqueta que fuese, era para la austera institutriz la más delicada adulación.