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Cortesano asiduo de los poderes que acababan y de los que comenzaban, clásico revolucionario y romántico meticuloso, uno de esos genios inquietos, pero indecisos, que sirven de eje a las revoluciones del mundo, sabía romper las cadenas, pero arrastraba los andadores. Sus personajes son casi siempre calcos en los que apenas se encuentran las líneas de una fisonomía humana.

Más ligero de piernas, pero menos filósofo que hoy, contemplaba a la sazón con ojos inquietos la ruda soledad de las llanuras de Langres y no se tranquilizaba un poco sino al penetrar en los pintorescos y agradables bosques que rodean el pueblecillo.

Allá en la negra noche, rasgada por relámpagos inquietos y llorada por negros nubarrones, hiciste de tus lágrimas derroche, para llorar tus retos en un ¡ay! de deshechas ilusiones. Muerta, más no vencida, tu alma extenuada y fría comprendió la grandeza del dolor; del dolor que afrontó con heroismo, para hacer de la vida una trágica negra poesía; para hacer del amor un sublime grandioso fanatismo.

Si Miguel se hubiera fijado en ella, tal vez habría advertido en sus ojillos inquietos y negros un brillo singular y en sus manos cierto temblor inusitado; pero se hallaba tan embebido en sus pensamientos y habitual melancolía, que nada observó. Dime, Miguel le dijo la joven levantando resueltamente la cabeza, ¿qué piensas hacer cuando te levantes?

Su esposa, que entraba también en el comedor cuando Tristán, formaba con él raro contraste; delgada, ojos inquietos, rostro afilado, movimientos espasmódicos. ¿Han llegado los niños, Eugenia? preguntó Escudero . Buenos días, Tristán. ¿Qué tal de excursión? ¿Han quedado todos buenos? La señora respondió que los niños acababan de llegar.

Transcurrió mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin fijarse en el cazador, inmóvil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre, pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones. Pasó más tiempo.

No dominó su voz en el Senado, Ni fué su lote ruinas y despojos, Ni leyeron su fin predestinado De una nacion en los inquietos ojos. Pero si el crímen no marcó sus pasos, Si al sólio entre matanzas no se alzaron, Ellos al mundo con impíos brazos De la piedad las puertas no cerraron.

Sentí, de improviso, que un frío glacial me invadía, como si, emanado de su cuerpo, se trasladara al mío. ¿Ves? ¡ misma sientes que tengo razón! murmuró, alzando hacia sus grandes ojos inquietos. Estás loca dije, esforzándome por reír. Continuaba sintiendo en todo mi cuerpo ese helado calofrío. Un vago sentimiento me decía que Marta podía muy bien no equivocarse.

Perezoso y sin voluntad, incapaz de desplegar actividad intelectual y de disfrutar de los placeres más nobles del alma, ascendió al trono esta sombra de Rey, que se deshacía á las llamas del último auto de fe, mientras los dominios españoles, unos tras otros, pasaban á manos extrañas, y mientras sus parientes de las casas de Borbón y de Ausburgo esperaban inquietos ocupar la herencia vacante.

Desmontábase el ganadero, y sacando de las alforjas un pedazo de chocolate, se lo daba a Lobito, que movía agradecido el testuz, armado de unos cuernos descomunales. Con un brazo apoyado en el cuello del cabestro, avanzaba el marqués, metiéndose tranquilamente en el grupo de toros, que se agitaban inquietos y feroces por la presencia del hombre. No había cuidado.