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Actualizado: 3 de octubre de 2025


Por fin, al cabo de una hora, comenzaron a notarse en la falda de Monte-Dalarza puntos negros e inquietos que semejaban hormiguero turbado: eran voluntarios carlistas que, viendo destruidas las trincheras bajas, subían apresuradamente a refugiarse en las altas.

No me atrevo a preguntaros ese motivo porque no os gusta que se os interrogue. Pero, ¡me dais pena, Marta! Lo conozco bien en vuestra fisonomía; tenéis pena y tenéis miedo. Podéis quedaros a mi lado, sin embargo; mi madre nos ha perdonado a las dos, según decís. Esta felicidad inesperada, debiera alegraros; sin embargo, estáis pálida, y vuestra mirada está obscurecida por pensamientos inquietos.

Movidas de impulso igual y simultáneo, se arrojaron una en brazos de otra sintiendo al mismo tiempo que las garfiadas del dolor los inquietos latidos de dos seres que antes de nacer eran huérfanos... Primeras impresiones de amor, dulzuras de pasión satisfecha, esperanzas para lo por venir, todo quedaba destruido, todo parecía mentira: únicamente la desgracia era verdad.

Para explicar la herida de la mano y los cardenales que presentaba, Amalia, fértil en mentiras, inventó una historia que el doctor creyó o fingió creer. Estuvo entre la vida y la muerte algunos días. Amalia seguía con ojos inquietos el curso de la enfermedad.

Al trote de un rocín miserable, y con el mono sabio a la grupa, va el picador, cuyas formas atléticas contrastan con el tipo enclenque de algún señorito que sirve de cochero a su lacayo; y en potros inquietos que bracean con fuerza van el chalán que deja la bestia en un merendero durante la corrida, y el alguacilillo vestido como los que aborreció Quevedo.

Y sobre estos campos inquietos de mieses de acero, las banderas de los regimientos se estremecían en el aire como pájaros de colores: el cuerpo blanco, un ala azul, la otra roja, una corbata de oro en el cuello y en lo alto el pico de bronce, el hierro de la lanza que apuntaba á las nubes.

Esta bella joven viene por engaño á la habitación del Príncipe, en la cual, al penetrar en ella, se ve envuelta sola en la más profunda obscuridad, puesto que Don Carlos, por otro motivo, no puede encontrarse á su lado; comienza á temer alguna asechanza y busca una salida, llena de desesperación; oye á lo lejos los ayes inquietos y los suspiros de un moribundo, que aumentan más su horror, y por último, consigue escaparse.

No ; acaso media hora, acaso mucho más. Un momento intenté retirar la mano, pero la enferma la oprimió más entre la suya. Todavía no... murmuró, tratando de hallar más cómoda postura a su cabeza. Todos acudieron, se estiraron las sábanas, se renovó el hielo, y otra vez los ojos se fijaron en inmóvil dicha. Pero de vez en cuando tornaban a apartarse inquietos y recorrían las caras desconocidas.

Los lindos zapatos de la condesa, que se hundían en él como dos ratones, aparecían mojados cada vez que levantaba el pie. Dentro de aquella bóveda enana zumbaba una muchedumbre de insectos, que empezaban á sentirse inquietos por la marcha cada vez más precipitada del sol. Á veces se percibía un ruido leve y sordo entre las ramas, y veíase un pájaro salir de un árbol y posarse en otro cercano.

Deseoso de verle, empezó á gritar lo mismo que en la mañana, seguro de que el traductor vendría en su auxilio. ¡Profesor Flimnap!... ¡Que busquen al profesor Flimnap! Los numerosos pigmeos se miraron inquietos al oir este trueno que hacía temblar el techo, profiriendo palabras incomprensibles.

Palabra del Dia

reclinándose

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