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Mira que mi madre está ahí murmuró la condesa echándose a reír a pesar suyo ; eres un insolente. Y añadió en voz alta : Tendré mucho gusto en recibirle. ¡Bien, muy bien! exclamó el general, barajando violentamente los naipes ¡Mimarlos, abrirles las puertas de par en par, ponerles andadores!; se divertirán a vuestra costa y después se burlarán de vosotros.

Veremos quién más puede respondían los otros. Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes. Despedime de Amaranta y su amiga, prometiendo visitarlas al día siguiente, como en efecto lo hice.

Muéstranse merecedores de cuantas lindezas les dice el mote; prodigan en todas partes la heráldica presea, en edificios, sellos, telones, marcas de tabacos y botellas de cerveza; repiten la empresa en inscripciones castellanas y latinas, en discursos, en documentos oficiales, en periódicos, que también tiene periódicos Villaverde y hasta en los sermones sale a relucir el famoso lema, concedido a mi querida ciudad natal por la Muy Católica Majestad del Rey Don Felipe IV. Fuera el consabido lema poderoso estímulo para mis paisanos, si éstos entendieran las cosas a derechas, pero Villaverde es la tierra de las ideas falsas, y el mote lisonjero de su blasón sólo sirve para que los villaverdinos vivan estacionarios y no suelten los andadores para entrar, libres y decididos, por los amplios caminos de la vida moderna.

La duquesa para decirlo de una vez, estaba plenamente convencida de que el rey necesitaba andadores. La duquesa estaba también completamente convencida de que el duque de Lerma venía á ser los andadores de Felipe III.

Cuando don Bernardino escuchó aquello de Jacintito y de los cincuenta mil nacionales entrampados, se enfadó, muy lastimado de que fueran a cobrarle cuentas de su hijo, joven mayor de edad, socio de una respetable casa de comercio, que marchaba sin andadores, porque no le hacían falta.

Vos, antes de que muriese Felipe II, mucho tiempo antes, érais el favorito, los andadores del príncipe de Asturias; cuando Felipe II murió, vos fuísteis lo que sois ahora, secretario de Estado universal de Felipe III. Vuestra privanza con el rey cuando era príncipe, os costó poco; era, como lo es, vanidoso y grave, y vos adulásteis su vanidad y su tiesura; era, como lo es, devoto, y vos supísteis haceros más devoto que él.

Hacemos referencia tan sólo a los que, recibiendo impulso y dirección de algún ingenio extraordinario, caminan solos y sin andadores, representando cada cual dentro del ciclo un brillante color de los muchos en que la luz de la poesía puede descomponerse. Los que hemos citado más arriba pertenecen a ese número.

Cortesano asiduo de los poderes que acababan y de los que comenzaban, clásico revolucionario y romántico meticuloso, uno de esos genios inquietos, pero indecisos, que sirven de eje a las revoluciones del mundo, sabía romper las cadenas, pero arrastraba los andadores. Sus personajes son casi siempre calcos en los que apenas se encuentran las líneas de una fisonomía humana.

Así y todo, por la condición de mis comensales, aunque relativamente escasos, y por lo que me obligaba la mía, era de necesidad echar el resto en la casona; y nadie creería a no verlo, como yo lo vi, la suma de desvelos y sudores que llegó a representar aquel trabajo; lo que se revolvió en la casa y en el lugar; las gentes que fueron puestas en movimiento; las leguas de camino que se trillaron por buenos andadores, y las horas robadas al sueño y al descanso más de una noche; y a pesar de ello y de las «guisanderas» a jornal que ayudaron a las mujeres de casa en lo más duro y comprometido de la faena, sabe Dios lo que hubiera resultado a la hora crítica y solemne, sin la vigilancia continua y la previsión y diligencia admirables de mis dos hadas bienhechoras... y la hermana de Neluco.