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Actualizado: 20 de junio de 2025
Entre las cartas viene una, de la que literalmente copio un párrafo. Dice así: «Adjunto te mando, hijo mío, el diploma del premio que han logrado en la Exposición de Viena, las esencias de las flores de ese país, que mandaste en tus colecciones.» ¡Hasay! ¡El pájaro del sol! ¡El premio de la Exposición de Viena! Ratelán, tiene razón.
Su antigua y sólida fábrica ha adquirido con el tiempo, las aguas, y la viscosidad de los musgos que abrazan la bóveda que lo forma, un aspecto tan sencillo, al par que severo, que parece decir al viajero: «Deten tu marcha; deletrea en mis piedras con los ojos de la investigación; escucha el gemir de las puras ondas que en un beso eterno acarician mi vida; contempla el panorama que rodea mi cuna; oye los alegres cantos y los melancólicos susurros que adormecen en mi cárcel de granito á los genios de las sombras, en esas interminables noches en que el aguacero carcome mis entrañas y el cierzo conmueve mi ser; reúne todo esto en el laboratorio donde se purifican los pensamientos, donde se aquilatan las más sublimes concepciones, donde se anida el genio, donde mora el alma; y al leer mi nombre de El suspiro en los viejos sillares que me sostienen, evocarás la triste historia de la desgraciada Hasay.
Lo que todos habían tenido cuidado de ocultar, lo que la misma Hasay ignoraba, se lo reveló en una sola palabra una amiga suya. ¿Qué quiere decir inclusera? Preguntó un día Hasay á la que llamaba su hermana. No sé, contestó Lola; y, dime: ¿por qué me lo preguntas? Porque ayer, sin querer, pisé el vestido á Ángela, y esta al ver que estaba roto, me dijo: ¡anda, inclusera!
La oferta fué aceptada, y se dieron órdenes para emprender la marcha lo antes posible. Hasay, de día en día, aumentaba su tristeza, viéndola muchas veces coger un libro y pasar horas sin volver una hoja, prueba evidente del ensimismamiento que dominaba su ser.
Hasay, entre las sombras de la noche, arrancaba triste y melancólica la humilde siempreviva, fiel emblema de la amargura. Cuando los blancos dedos de Lola recorrían el teclado, arrancaban bulliciosos allegros; cuando los de Hasay se posaban en el marfil, solo producían tiernos nocturnos. A la una la animaba el genio de Strauss, á la otra la tierna inspiración de Beethoven.
Mi amiga, al pronunciar la última frase de la leyenda del puente, cuyo nombre del suspiro se debe sin duda á las flores que crecen á su alrededor, vertió una lágrima á la memoria de Hasay, lágrima que se deslizó al blanco teclado del piano, sobre el que maquinalmente apoyaba sus dedos.
¿Qué motiva la creciente tristeza de Hasay? ¿Por qué todas las tardes, cuando el sublime artista combina en los cielos sus más divinas tintas, va al puente cual si fuera empujada por una invisible fuerza? ¿Por qué contempla con la inmovilidad de la estatua del dolor, el profundo abismo? ¿Por qué cuidadosamente limpia de gramas una frondosa planta de suspiros que crece á la orilla del río? ¿Qué maléfico genio atormenta su corazón? ¿Qué sueño la adormece? ¿Qué fantasma la despierta?
Doña Luisa confió la educación de sus dos hijas al desvelo de las virtuosas y buenas madres del beaterío de Santa Isabel, no sin antes tener que vencer algunas dificultades para el ingreso de Hasay, cuyas facciones acentuaban marcadamente su raza india. Hasay vivía feliz entre sus amigas, sus juegos y sus estudios.
Murió me dijo muy bajito de amor; al día siguiente al en que se encontró el cadáver de Hasay, debía Lola casarse con López Ródenas. Hasay estaba enamorada de Ródenas. ¡Amaba sin esperanza!...
Sus ojos se animaron, adquirieron color sus mejillas, y la imperceptible y pertinaz tos, terrible alerta de la enfermedad, dejó su monótona y constante pertinacia. Todo respiraba alegría. Hasay únicamente estaba triste. Lola, entre los puros cristales del rocío de la mañana, buscaba la brillante rosa.
Palabra del Dia
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