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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Pablito Belinchón, que había pasado en Madrid un mes el año anterior, se reía con incontestable superioridad de aquel aparato; hacía guiños inteligentes a los del proscenio de enfrente. Y para demostrar que todo aquello le aburría, concluyó por volverse de espaldas al escenario y mirar con los gemelos a las bellezas locales.
La ruleta permanecía inmóvil; las barajas estaban sin abrir sobre la mesa verde; pasaban las buenas mozas por la acera sin que asomasen a las ventanas de los casinos los grupos de cabezas lanzando requiebros y maliciosos guiños.
¿Verdad? exclamaba conmovida la pobre vieja. Y dirigiéndose a su marido, agregaba: ¡Es tan buen muchacho!... ¡Oh, sí, es un buen muchacho! repetía el otro lleno de entusiasmo. Y mientras que yo hablaba había entre ellos movimientos de cabeza, sonrisitas maliciosas, guiños de ojos, aires de valor entendido. O bien, el viejo que se aproximaba a mí diciéndome: Hable usted más fuerte.
Al entrar en el comedor, Maltrana se vio saludado por sus compañeros de mesa con guiños maliciosos. El viejo doctor Rubau, siempre de negro, parecía compadecerse, con un gesto de cansancio, de las falsas ilusiones de la vida. «¡Ah, juventud, juventud!...» No le habían dejado dormir tranquilamente gran parte de la noche.
Se habló de la belleza de la Tosti. Ramoncito, enternecido por el triunfo que acababa de obtener, quiso negársela; maldijo de las mujeres altas, y sobre todo de las rubias. Su amigo Pepe, alarmado por este desahogo que daba al traste con todos los planes de asedio en que habían convenido, le hizo una porción de guiños disimulados hasta que consiguió traerlo al buen camino.
Nadie pensaría que se estaba mofando de él, a no ser porque de vez en cuando, aprovechando los instantes en que el tocado marqués miraba a la punta de sus botas buscando alguna frase bastante expresiva para ponderar su amor, hacía guiños maliciosos a los amigos que los contemplaban con curiosidad burlona. Abrióse la mampara del salón. Apareció Alvaro Luna.
Diciendo esto, doña Flora desarrollaba ante mis ojos en toda su magnificencia y extensión el panorama de gestos, guiños, saladas muecas, graciosos mohínes, arqueos de ceja, repulgos de labios y demás signos del lenguaje mudo que en su arrebolado y con cien menjurjes albardado rostro servía para dar mayor fuerza a la palabra.
Durmió como un muerto, pero no mucho. Como un resucitado volvió a la vida haciendo guiños a la luz cruda de un rayo del sol del mediodía, que por un resquicio de la ventana mal cerrada, se colaba hasta la punta de sus narices, hiriéndole además entre ceja y ceja.
Elena entró, libre ya de su horrible casco y muy linda, a pesar de su timidez, con aquel puro perfil virginal entre los pesados rizos de cabello castaño obscuro. Su padre se puso contento al verla así, y varias veces me hizo guiños de satisfacción. Pero hete aquí que, al sentarse a la mesa, la muchacha se santigua con gravedad y recogimiento.
Venturita, sentada ya, se atracaba de aceitunas, tirando los huesos a su hermana y haciéndole guiños provocativos, mientras ésta, con las mejillas encendidas y los ojos brillantes, se llevaba el dedo a los labios pidiéndole discreción. Don Rosendo había ido a ponerse la bata y el gorro, sin los cuales le habría hecho daño la cena.
Palabra del Dia
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