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Actualizado: 12 de noviembre de 2025


Era inútil que sus ideas de poco antes, al quedar vencidas, se revolviesen con el intento de una última protesta, gritando que aquel movimiento de traslación resultaba igualmente falso, ya que la Tierra giraba como una rueda alrededor del Sol... No; el Sol tampoco estaba inmóvil, y con todo su coro familiar de planetas caía y caía, si es que en el infinito se puede caer ni subir; marchaba y marchaba, ¡quién sabe hacia que punto, ni con qué fin!...

Acerca del carácter y costumbres de cada uno de ellos se extendió considerablemente; la hermanita era muy buena niña, amable y obediente; pero los chicos insufribles; todo el día gritando, ensuciando la casa y peleándose.

En un acceso de febril júbilo, salió al pasillo gritando: «¡Nina, Nina, ven y entérate!... ¡Ya somos ricas!... ¡digo, ya no somos pobres!...». Pronto acudió a su mente el recuerdo de la desaparición de su criada, y volviendo al lado de Cedrón, le dijo entre sollozos: «Perdóneme; ya no me acordaba de que he perdido a la compañera de mi vida...

Se le llamaba «el cuarto de la plancha», porque, en efecto, allí se planchaba la ropa de la casa. Las paredes que no ocupaban los armarios estaban pintadas lisamente de blanco. Carmen entró como un huracán por la puerta gritando: ¡Señorita Marta, señorita Marta! ¿Qué sucede? preguntó ésta con sobresalto. ¡Que el Menino se ha escapado, señorita!

Todos le creyeron, por lo menos, pariente de la difunta, y le abrieron paso. Y así gritando y codeando, logró llegar á la puerta de la casa. En ella estaba Pedro, el antiguo criado de Dorotea, con un talego en la mano, del que sacaba sucesivamente reales de plata que iba entregando á los pobres que se presentaban.

La vieja fue detrás de él, gritando: «Aguarda, aguarda, mala sangre. No creas que te me escapas. Yo también tengo buenos remos». Al quedarse sola, Isidora estuvo largo tiempo pensando en su infeliz hermano, y decía: «¡Imbécil, imbécil!... Así no sentirá nada... Y yo, cada vez con más talento para pensar, para comparar... ¡Qué desgraciada soy, y él qué feliz!».

Cuando aparecía el pregonero en el balcón de las Casas Consistoriales y leía la sentencia de muerte contra Jesucristo, ha quedado en la memoria de los bermejinos el furor con que el padre se volvía contra él, gritando: "Calla, falso, ruin, necio y miserable pregonero, y oirás la voz del Ángel que dice:"

El buen anciano, vestido de una sencilla casaca y de un calzón verde, con la cara llena de arrugas y la cabeza calva, escuchaba con los ojos fijos, uniendo las manos y gritando: ¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué tiempos vivimos! No se puede andar por las carreteras sin correr el peligro de ser atacado. ¡Esto es peor que las antiguas historias de los suecos! Y el anciano movía la cabeza.

Durante el camino no me atreví á despegar los labios. Ella también iba silenciosa. El conde y Pedro charlaban de las ocurrencias de la caza. Cuando llegamos á casa era ya noche. Lo primero que vimos en el portal fué á la monísima Emilia que extendió los bracitos hacia su madre gritando de alegría.

Acerca del carácter y costumbres de cada uno de ellos se extendió considerablemente; la hermanita era muy buena niña, amable y obediente; pero los chicos insufribles; todo el día gritando, ensuciando la casa y peleándose.

Palabra del Dia

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