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Actualizado: 12 de noviembre de 2025
Algunas tardes doña Bernarda llevaba los chicos a sus huertos o a las ricas fincas del padre de Remedios. Había que ver con qué aire de bondad vigilaba a la joven pareja, gritando alarmada si en sus correrías permanecían algunos minutos ocultos tras los naranjos.
El retórico extendió su mano para atajarle y sin hacerle caso volvió a repetir con más énfasis: «Si el escritor insigne a quien Leporello moteja pudiera descender a responderle; si la pluma brillante que ha trazado los prodigiosos versos de Magdalena pudiera mancharse una sola vez, etc.» García, trémulo y gritando como un energúmeno, concluyó al cabo la lectura del artículo.
Pero he aquí que de uno de ellos sale una voz gritando: ¡Maripepa, que ahí viene Pacha! Oirlo aquélla y emprender rauda carrera, todo lo rauda que le consentía su pierna defectuosa y el peso que llevaba, fué todo uno. En efecto, una mujer de bastante más edad, aunque no tan fea, venía corriendo hacia ellos.
Los demás se echaron entonces a los pies del fraile. ¡Padre mío, ruegue por nosotros! Y el fraile y ellos se prosternaron gritando: ¡San Juan, San Juan, rogad a Dios por nosotros!
Catalina, Luisa, el doctor Lorquin, todo el mundo se apresuró a salir de la casa, gritando, felicitándose mutuamente, para ver las huellas de las balas y los taludes ennegrecidos por la pólvora; por otra parte, José Larnette, con la cabeza maltrecha, se hallaba tendido en un hoyo; Baumgarten, con un brazo colgando, se dirigió a la ambulancia muy pálido, y Daniel Spitz, a pesar del balazo recibido, quería seguir luchando; pero el doctor no hizo caso de aquellos deseos y le obligó a marchar a casa.
Por la noche se despierta amenudo sobresaltado, con un sudor frío, gritando miserablemente: «¡Hay que morir! ¡hay que morir!» Por largo tiempo vivió casi en absoluto retirado, sin salir más que cuando se lo ordenaba aquella voluntad que había logrado señorear la suya.
Cansado de forcejear por abrir una puerta tan bien cerrada, parece que ha desistido de su empeño, y que se ha sentado en el umbral aguardando si alguien abrirá por la parte de adentro. «Ya lo veo,» exclama de repente, «esto es!....» y cual otro Arquimédes, sin saber lo que le sucede, saltaria del baño y echaria á correr gritando: «Lo he encontrado!..... Lo he encontrado!....»
La maleza crujía bajo sus pasos y detrás se oían las zancadas de Agapo, que venía persiguiéndole; Quilito se acurrucó al pie de un sauce, se quitó el sobretodo claro, que podía denunciarle, y esperó, el revólver amartillado en la mano... Agapo llegó, pasó y se alejó, rastreando la caza, gritando desesperado: ¡Quilito! ¡Quilito!
De pronto, ella, casi gritando, dijo: ¡Ten cuidado, monín! Hasta entonces no había notado don Juan que a pocos pasos delante de la dama marchaba un pequeñuelo, de dos años a lo más, y una muchacha vestida a lo niñera, cuyas ropas mostraban estar sirviendo en casa rica.
A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!
Palabra del Dia
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