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Actualizado: 25 de junio de 2025
Y todavía, mi general, en mi país, cuando a propósito de Macao, se habla del Imperio Celeste, los patriotas se pasan los dedos por las greñas y dicen negligentemente: «Mandamos allá cincuenta hombres y barremos la China». Después de citar esta sandez, quedamos silenciosos. El general, tosiendo formidablemente, murmuró luego, con condescendencia: ¡Portugal es un bello país!
¡Quia!, no señora... Vea usted, la tengo de sobra. Al contrario, creo que si no me desahogo, me quedo seca. Estaba yo anoche, que no cabía en mí. Me era tan preciso vengarme como el respirar y el comer. Pues verá usted... después de darle una bofetada que debió de oírse en Tetuán, le pegué un achuchón con la llave, y la descalabré... después metí mano a las greñas...
Recién llegada Luz de su expedición de verano, se había hecho retratar a gusto de Ángel: de cuerpo entero y con un vestido de falda bien plegada, sin pabellones, frunces ni embutidos en ninguna parte; la caída natural de los paños, y el cuerpo ajustado y descubierto; la cabeza sin más adorno que una flor, y el pelo sin artificios piramidales, ni greñas de estúpido ganapán sobre la hermosa frente; la actitud sencilla y la mirada fija en él.
Entre las operarias, alineadas a un lado y a otro, había sin duda algunos rostros jóvenes y lindos; pero así como en una menestra se destaca la legumbre que más abunda, en tan enorme ensalada femenina no se distinguían al pronto sino greñas incultas, rostros arados por la vejez o curtidos por el trabajo, manos nudosas como ramas de árbol seco.
Poco fue lo que dijo a su padre, encerrados los dos en el despacho de la trastienda, como explicación del portazo de Peleches; pero de tal modo y con tal arte de voz, de miradas y de greñas, que dejó al pobre boticario más aturdido de lo que estaba.
Y dejando caer de nuevo la cabeza poblada de greñas sobre la butaca, cerró los ojos con soberano desprecio. Los tertulios del maestrante volvieron su atención al juego, sin dejar de reír. Pero el conde quedó muy pronto pensativo y distraído otra vez. Al cabo, no pudiendo reprimir el desasosiego de sus nervios, levantose de la silla. Vamos, D. Enrique, ocupe usted mi puesto.
Como evocada por alguna de sus compañeras en hechicerías, entró en la cocina entonces, pisando de lado, la vieja de las greñas blancas, la Sabia, que traía el enorme mandil atestado de leña. El marqués tenía aún la escopeta en la mano: cogiósela respetuosamente Primitivo, y la llevó al sitio de costumbre. Julián, renunciando a consolar al niño, creyó llegada la ocasión de dar un golpe diplomático.
Somos los amos de la tierra firme y del mar; tenemos asido al mundo de las greñas. El tercio de Flandes o de Italia han hecho palidecer la fama de la falange macedónica y de la romana cohorte; y al solo rumor de unas espuelas españolas tiemblan por doquiera los populachos. ¡Oh, necios! ¿Conociose jamás un monarca que fuese a la vez tan justiciero y tan grande como Felipe?
Encontrola un día curándose sus lamparones con zumo de higuera chumbo, y aliñándose las greñas al sol. Propúsole que se fuera con él, poniendo cada cual la mitad del alquiler de la casa, y comprometiéndose ella a cortar de raíz el vicio de la bebida.
Sus ropas parecían no haberse desprendido de su rechoncho cuerpo desde que nació, y sus greñas mal peinadas, de color de barbas de maíz, despedían un olor a pomada de baratillo, más desagradable que su aliento. Isidora sentía hacia ella repulsión invencible; no la podía mirar, no la podía tocar, y al sentirla cerca, se estremecía de horror. Antes moriría de hambre que comer cosa guisada por ella.
Palabra del Dia
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