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Actualizado: 24 de junio de 2025
¿Sabe usted lo que ahora me viene a la memoria? dijo Tomasa . Pues me acuerdo de otra vez que nos vimos aquí mismo, en este jardín, hace una friolera de años: lo menos cuarenta y ocho o cincuenta. Yo estaba con mi pobre hermana mayor, que acababa de casarse con Luna el jardinero. Por el claustro andaba rondándome el que luego fue mi marido. Vi entrar en el cenador un hermoso soldadote, un sargento, con gran ruido de espuelas, el chafarote al brazo y un casco con rabo, como el de los judíos del Monumento. Era usted, don Sebastián, que había venido a Toledo para ver a su tío el beneficiado, y no quería marcharse sin visitar a su amiga Tomasita. ¡Y qué guapo estaba usted! Es la verdad; no lo digo por adularle. ¡Tenía usted un aire de pillo para las muchachas! Hasta recuerdo que me dijo algo sobre lo hermosa y fresca que me encontraba después de los años de ausencia. A usted no le sienta mal que recuerde esto, ¿verdad? Eran chicoleos de soldado. ¡Tantos diría entonces! Cuando se fue usted, dijo mi cuñado: «
Por la noche el marido y la mujer se reúnen y hacen fondo común de hablillas; ella da cuenta de lo que ha recogido su policía, y él sobre cualquier friolera le pega una paliza, y hasta el día siguiente.
Ayer, cuando entré en casa, lo primero que hizo, mientras me saludaba, fue un registro de todos los bolsillos de mi ropa. Me desplumó. Lo que yo decía: «apenas se pone el pie en España, no se da un paso sin tropezar con bandoleros». Ahora pretende que entre todos los parientes le hagamos un piso... friolera. ¡Pobrecilla! Es una santa.
Fuera de que, si un Autor que se ha adquirido crédito por su exâctitud afirma una cosa con buenas pruebas, es conducente su testimonio. En efecto es moda citar para cada friolera cien Autores. La vanidad, el poco amor á la verdad, y el interes hacen traer citas vanísimas y falsas para captar con ellas á los incautos, y adquirirse reputacion de doctos.
Don Eugenio no podía contener la risa. Hace siete años, la friolera de siete años tartamudeó el arcipreste calmándose un poco, pero respirando trabajosamente a causa del mucho viento , siete añitos que en los Pazos sucede... eso que tanto les asusta ahora.... Y maldito si se han acordado de decir esta boca es mía. Pero con las elecciones.... ¡Qué condenado de aire! Vamos a volar, muchacho.
De la misma nacen á veces las alabanzas vanísimas y los vituperios de los Autores; porque toma uno un libro en la mano, y luego que empieza á leerle, encuentra una cosa que no le satisface, y sin pasar mas adelante dice, que el libro no vale nada, que es una friolera quanto el Autor escribe, y otras cosas semejantes.
Es que el velo no le va bien á nadie, por que, sin cubrir una caballera fea, obscurece una bonita, y exige un chal que oculta las formas.... ¡Qué enterado está usté de esas cosas, ave María! Soy artista, Teresa. ¿Y qué tiene que ver lo uno con lo otro? ¡Friolera! Estudio la belleza dondequiera que la encuentro. Lo que usté estudia son picardías.
Friolera es si he estado, replicó Cacambo; he sido pinche en el colegio de la Asuncion, y conozco el gobierno de los padres lo mismo que las calles de Cadiz. Es un portento el tal gobierno. Ya tiene mas de trescientas leguas de diámetro, y se divide en treinta provincias. Los padres son dueños de todo, y los pueblos no tienen nada: es la obra maestra de la razon y la justicia.
La barriga de ese infeliz era anoche como un tonel... Y ya le han dado tres barrenos; pero el de ayer con tan mala fortuna, que no le sacaron más que medio litro, y dicen que tiene en aquel cuerpo la friolera de catorce litros... ¡Qué humanidad, Dios mío! Fortunata pasó a la otra sala, y a poco volvió diciendo que Mauricia dormía profundamente.
Era una figura airosa, pero de movimientos lánguidos, como de gata friolera, y actitudes sobriamente voluptuosas, como de estatua griega; el traje más modesto realzaba mejor su hermosura, y con un vestido completamente negro, un grueso ramo de amarillentas rosas en el entreabierto escote, sencillamente recogido el pelo, libres de pendientes las diminutas orejas, y sin guantes las aristocráticas manos, no había hombre capaz de contemplarla un segundo sin darse la enhorabuena por haber nacido.
Palabra del Dia
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