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Actualizado: 11 de junio de 2025


Dirigió luego una rápida mirada a Flavia y prosiguió, bajando la voz: Se cree que ha venido en seguimiento de una mujer. ¿Ha oído hablar Vuestra Majestad de cierta señora de Maubán? dije mirando involuntariamente hacia el castillo. Esa dama llegó a Ruritania al mismo tiempo que el Raséndil de quien habla usted. El prefecto me miró fijamente, como interrogándome.

Hice el camino de regreso en una carretela descubierta, teniendo a mi lado a la princesa Flavia, lo cual hizo exclamar a un palurdo: ¿Cuándo es la boda? La pregunta le valió una puñada por parte de otro espectador, que gritó: «¡Viva el duque Miguel!» y la Princesa volvió a ruborizarse, más hermosa que nunca.

Le quedan dos o tres molestias pasajeras de las que espera librarse muy pronto. Sírvase usted expresarle dijo Flavia, mi vivo deseo de que esas molestias desaparezcan en breve. El deseo de Vuestra Alteza es también el muy humilde mío replicó Roberto Henzar, mirándola con insistencia y expresión tales, que el rubor coloreó el rostro de la joven.

Y ese obstáculo me dijo con picaresca sonrisa, lo ha suprimido Vuestra Majestad. Llevaré gustosa estas flores a la Princesa. ¿Quiere Vuestra Majestad que le diga lo primero que Su Alteza hará con ellas? Nos hallábamos en una amplia terraza inmediata al palacio. ¡Señora! llamó alegremente la Condesa, y a su vez apareció Flavia en uno de los abiertos balcones del primer piso.

A la noche siguiente dejé muy tarde la mesa en que acababa de comer en compañía de Flavia y la conduje hasta la puerta de sus habitaciones. Allí besé su mano y me despedí de ella deseándole tranquilo reposo. Inmediatamente cambié de traje y salí. Sarto y Tarlein me esperaban con tres hombres y los caballos. Sarto llevaba consigo una larga cuerda, y ambos iban bien armados.

Me descubrí y saludé profundamente. La Princesa tenía puesta una blanca bata y llevaba suelta la hermosa cabellera. Contestó a mi saludo enviándome un beso y dijo: Sube con el Rey, Elga. Le ofreceré siquiera una taza de café. La Condesa me miró de soslayo sonriéndose y me precedió hasta la habitación donde esperaba Flavia.

Si en el plazo de veinticuatro horas no consigue usted ver al Rey continué posando mi mano sobre su rodilla, eso significará que el Rey habrá muerto y que usted deberá proclamar al heredero de la corona. ¿Sabe usted quién es? La princesa Flavia.

¿Qué tontería es esa, muchacha? dijo el General. El Rey está en el castillo, herido. A que no. Herido , pero está allí, con el conde Federico, y no en el castillo insistió la moza. ¿Está en dos lugares a la vez, o es que hay dos Reyes? preguntó Flavia sorprendida. ¿Cómo sabes que está allí?

Tuve que hacer lo que me pedían, con Flavia sentada a mi lado oyéndolo todo, y les anuncié que el acto se celebraría quince días después, en la catedral de Estrelsau. La noticia fue recibida con extraordinarias manifestaciones de aprobación y alegría en todo el Reino, y supongo que sólo dos hombres la deploraron: el Duque y yo.

¿Por qué no dice «al Reypreguntó Flavia inclinándose hacia hasta que sus cabellos rozaron mi mejilla. ¿Será broma? Si tienes en algo tu vida, y aun más que tu vida, amor mío, haz al pie de la letra lo que esa carta te dice. Hoy mismo enviaré fuerza suficiente para proteger este palacio, del cual no saldrás sino custodiada por numerosa guardia.

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