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Actualizado: 11 de junio de 2025
Más de un minuto permanecimos unidos, abrazados; pero aun entonces, a pesar de su hermosura y de las circunstancias en que nos hallábamos, apelé a mi honor y a mi conciencia. Flavia dije con voz tan alterada que no parecía la mía, has de saber que no soy... Elevábanse sus ojos hacia mí cuando oímos, pesados pasos en el enarenado sendero del jardín y un hombre se detuvo ante el abierto balcón.
Le ordené que si a la mañana siguiente no estuviésemos de regreso, se pusiese en marcha hacia el castillo con todas sus fuerzas y exigiese públicamente la entrega del Rey. Si Miguel el Negro no estuviese allí, el General llevaría a la Princesa a Estrelsau, para proclamar la traición de Miguel y la muerte probable del Rey, congregando en torno de Flavia a los mejores elementos del Reino.
Nunca la había visto irritada hasta entonces y la hallaba no menos graciosa bajo aquel nuevo aspecto. ¿Tengo acaso el derecho de enojarme? preguntó. Cierto es que anoche tuviste a bien decir que cada hora pasada lejos de mí era una hora perdida. Pero tratándose de un jabalí enorme ya es cosa muy diferente. Tan enorme que quizás sea yo cazado por él. Flavia nada dijo.
Seguí silencioso a su lado hasta que, cerca ya de Tarlein y habiendo anochecido, dejó Sarto que nos adelantásemos un tanto, quedándose él atrás para impedir todo súbito ataque de nuestros enemigos. Entonces Flavia me dijo con su voz dulcísima: Sonríete, Rodolfo, si no quieres verme llorar. ¿Estás enojado? ¡Oh, no! La culpa la tiene ese malvado Henzar.
Lo inauguré yo con la princesa Flavia y con ella bailé también después, seguidos ambos por las miradas y los comentarios de la brillante concurrencia. Llegó la hora de la cena y en medio de ella me puse en pie, enloquecido por las miradas de mi prima, y quitándome el collar de la Rosa de Oro se lo puse al cuello.
De haber hablado entonces se hubieran negado a creer que no era el Rey; a lo sumo hubieran creído que el Rey se había vuelto loco. Los manejos de Sarto y mi propia pasión me habían impulsado; la retirada no era ya posible y la pasión seguía llevándome hacia delante. Aquella noche aparecí ante todo Estrelsau como el verdadero Rey y el prometido de la princesa Flavia.
Mayor hubiera sido éste sin la presencia de Flavia a mi lado y sólo por esta razón le permitía yo seguir en Zenda, rodeada de peligros y aumentando con sus encantos la pasión que me dominaba.
Parece que un joven compatriota del señor Embajador, miembro de distinguida familia, ha desaparecido. Ni amigos ni parientes han tenido la menor noticia suya desde hace dos meses, y hay motivos para creer que ha estado en Zenda. Flavia dedicaba escasa atención a las palabras del prefecto. Por mi parte no me atrevía a mirar a Sarto. ¿Qué motivos son esos?
Le hice confidencias parciales, le encomendé la guardia de la Princesa y mirándole fija y significativamente le ordené que no permitiese a ningún emisario del Duque acercarse a Flavia, como no fuese en su presencia y en la de una docena de nuestros amigos, por lo menos. Quizás no se engañe Vuestra Majestad dijo, moviendo tristemente la encanecida cabeza.
No se limitó a propagar la nueva dentro de los muros del palacio, y así fue que al descender yo la escalera principal dando la mano a Flavia y conducirla a su carruaje, nos esperaba en la calle densa multitud, que prorrumpió en aclamaciones entusiastas. ¿Qué podía hacer yo?
Palabra del Dia
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