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Actualizado: 11 de junio de 2025


Otra cosa sería si yo hubiese permitido al gozquecillo morderme más profundamente. ¿Pero, le han dado muerte? Todavía no. Esperamos a ver si su mordedura es nociva. ¿Y si lo fuese? preguntó Miguel con su siniestra sonrisa. Lo despacharíamos en un santiamén, hermano. ¿Pero no volverás a jugar con él? preguntó Flavia. Puede que . ¿Y si vuelve a morderte?

Me creía en situación de afrontar la ira y el poder del Duque y de retener a la fuerza la corona, no por ambición, sino porque el Rey de Ruritania era el esposo destinado a la princesa Flavia. ¡Sarto, Tarlein! ¿Qué me importaban? ¿Qué significan los obstáculos, ni cómo examinarlos y medirlos a sangre fría cuando la pasión ciega domina al hombre por completo?

Nos dijo que cuando el Duque supo la noticia de la próxima ceremonia se puso furioso; que su exasperación aumentó al declarar Ruperto que yo era muy capaz de casarme con la Princesa y que así lo haría indudablemente; y que Ruperto acabó felicitando a la señora de Maubán, allí presente, porque pronto se vería libre de Flavia, su rival.

Cabalgando un día entre Flavia y Sarto, vimos acercarse un coche descubierto tirado por dos caballos, en el cual iba un pomposo personaje que echó pie a tierra y me saludó profundamente. Entonces reconocí al jefe de policía de la capital. Puedo asegurar a Vuestra Majestad me dijo, que estoy haciendo cumplir al pie de la letra las órdenes dictadas contra el duelo.

Aun el más indiferente hubiera comprendido que me odiaba, sobre todo viéndome a solas con la princesa Flavia; sin embargo, estoy convencido de que procuró disimular su odio y aun hacerme creer que me tomaba por el verdadero Rey. Comprendía yo que esto último era imposible, y me figuraba la ira de que estaría poseído al tributarme homenaje y al oírme hablar de «Miguel» y «Flavia

Aquel acto fue acogido con unánimes aplausos, y vi que Sarto se sonreía satisfecho, pero no Tarlein, cuya sombría expresión revelaba su disgusto. Pasamos el resto de la cena en silencio; ni Flavia ni yo podíamos hablar.

Habíamos llegado al extremo del pueblo, y al pie mismo de la colina donde empezaba el pendiente camino del castillo. Admirando estábamos la solidez de sus altas murallas, cuando vimos salir de ella numerosas personas que lentamente empezaron el descenso de la cuesta. Retirémonos dijo Sarto. No, preferiría permanecer aquí fue la opinión de Flavia.

Vuestra Majestad pregunta de quién son los restos que escoltamos. Son los de mi querido amigo Alberto de Laugrán. Nadie deplora más que yo su desgraciada muerte dije, y lo prueba el edicto que evitará la repetición de esos encuentros. ¡Pobre señor de Laugrán! exclamó Flavia con dulzura.

No dudé que, en cumplimiento de su irrevocable resolución, iba dando a todos la noticia que acababa de adivinar más bien que oír. Preservar la corona para el verdadero Rey y derrotar a Miguel el Negro; ese era todo su afán. Flavia, yo y aun el mismo Rey, no éramos más que otras tantas cartas puestas en juego y nos estaba prohibido tener pasiones.

Esas visitas duran una semana, que Federico y yo pasamos siempre juntos y durante las cuales me refiere todo lo que ocurre en Estrelsau; por las noches, mientras paseamos fumando, hablamos de Sarto, del Rey y con frecuencia de Ruperto Henzar; y ya tarde, a lo último, hablamos también de Flavia.

Palabra del Dia

rigoleto

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