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Actualizado: 11 de junio de 2025


Ni aun Tarlein mismo había descubierto toda la verdad, porque no se había atrevido a elevar sus miradas hasta la princesa Flavia y leer en sus ojos, como lo había hecho yo. Quedó por fin acordado nuestro plan en todos sus detalles, los mismos que se verán más adelante.

Lejos de eso, me puse a soñar que era el feliz esposo de la princesa Flavia, con la cual habitaba en el castillo de Zenda y me paseaba por las sombreadas alamedas del bosque, todo lo cual constituía un sueño muy placentero por cierto.

Porque la princesa Flavia así lo quiso. Y ahora, a caballo. ¿Está todo seguro aquí? Nada está seguro hoy, pero cuanto podemos hacer está hecho. En aquel momento se nos unió Tarlein, que vestía uniforme de capitán del mismo regimiento que yo, y a Sarto le bastaron cinco minutos para ponerse también su respectivo uniforme.

Pero por lo que ella misma me dijo comprendo que, mujer al fin, seguía queriendo al Duque y esperaba obtener del Rey la vida de aquél, cuando no su perdón, en recompensa de sus propios servicios a nuestra causa. No deseaba el triunfo de Miguel, abominaba su crimen y mucho más el premio que con él se proponía alcanzar el Duque, la mano de su prima, la princesa Flavia.

Por mi parte traté de no pensar por el momento en Flavia y de dedicarme con toda energía al cumplimiento de mi ardua empresa. Era ésta nada menos que sacar vivo al Rey de su prisión. La fuerza era inútil; había que idear alguna estratagema y yo tenía ya un proyecto en embrión; pero me veía muy contrariado por la publicidad dada a mi salida de la capital.

Pero Flavia, que no se avergonzaba de su amor, radiantes los ojos y ruborizado el rostro, tendió su mano a Sarto. Nada dijo, pero a nadie que haya visto a una mujer en la exaltación producida por el amor, podía ocultársele lo que aquel ademán significaba.

Porque Federico lleva consigo a Dresde todos los años una cajita; en ella una rosa y, rodeando el tallo, una esquela diminuta que sólo contiene estas palabras: «Rodolfo Flavia siempreYo le envío con Federico idéntico mensaje. Estos y los anillos que ella y yo llevamos, constituyen todo lo que hoy me une a la reina de Ruritania.

Hícelo así en un abrir y cerrar de ojos y momentos después aparecía Sarto, saludando, para anunciarme a un caballerete muy ceremonioso, que se acercó a mi lecho y tras grandes reverencias dijo que se hallaba al servicio de la princesa Flavia, y que Su Alteza lo enviaba a preguntar cómo seguía Su Majestad después de la fatiga de la víspera.

Flavia se apartó de , buscando apoyo en la pared, y yo quedé humillado y tembloroso, sabiendo lo que había hecho, despreciándome a mismo, pero también resuelto a no desdecirme. Así permanecimos largo tiempo. ¡Estoy loco! dije tristemente. Aun loco te adoro, amor mío contestó. Tenía inclinado el rostro, pero vi el brillo de las lágrimas que surcaban sus mejillas.

Palabra del Dia

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