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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los ómnibus cargaban pasajeros en la esquina de la calle de Sevilla, mientras en lo alto voceaba el conductor: «¡A la plaza! ¡a la plaza!» Trotaban con alegre cascabeleo las mulas emborladas tirando de carruajes descubiertos con mujeres puestas de mantilla blanca y encendidas flores; a cada instante sonaba una exclamación de espanto viendo salir incólume, con agilidad simiesca, de entre las ruedas de un carruaje, algún chicuelo que pasaba a saltos de una acera a otra, desafiando la veloz corriente de vehículos.
Y esta última exclamación del inquisidor general, más que una humilde invocación á Dios, era la impaciente queja de un alma exasperada por el sufrimiento, saturada de dolor, violentada, enferma, desesperada. Los ojos del padre Aliaga resplandecían con un fuego febril. Su cuerpo temblaba de una manera poderosa.
No, señor, no pienso renovarlos. ¡Caramba, cuánto me alegro! Puedo decirlo sin pecado añadió sin hacer caso de mi exclamación, porque es mi propósito firme desde hace tiempo, y así se lo he comunicado al confesor. ¿Quiere usted saber más, fisgón, chinchosillo? Sí, señora repliqué riendo; quiero saber por qué, no teniendo vocación... Digo, me parece que no la ofendo a usted.
El cigarro en la boca y el junco cimbreño en la mano, entraban en la Bolsa las dos primos, atropelladamente, asaltando los grupos, codeando a todo el mundo, en dirección a la pizarra, a ver la cotización de los valores: hacían un gesto, lanzaban una exclamación, y con el lapicero tomaban rápidamente apunte. ¿Qué te parece, ché? ¡El oro ha subido diez puntos!
De pronto lanzó una exclamación de alegría y de sorpresa. Veía al aya sentada con Elena en un banco del jardín, detrás del castillo. Estaban completamente solas; allí sólo estaba el jardinero, y estaba trabajando a una gran distancia. La campesina acortó el paso, afectó un aire indiferente, y se puso a avanzar despacio, como si se paseara, hacia el cerco y penetró en él.
Fíjese bien el honorable Senado en lo que representa el espectáculo antisocial y subversivo que presenció ayer el vecindario de nuestra ciudad. El Hombre-Montaña es un hombre, como lo indica su título.... ¡y, sin embargo, usa pantalones! Una exclamación ahogada de todos los oyentes saludó este descubrimiento.
Lo conocí en Nápoles, ocupado en buscar por todas partes á su padre. ¡Ah!... Ulises lanzó esta exclamación avanzando el cuello violentamente, como si quisiera despegar su cráneo del resto del cuerpo. Los ojos se le salían de las órbitas. El padre continuó el joven manda un buque... Es el capitán Ulises Ferragut.
Estremecida dentro de sus apolilladas pieles y de sus ajados tafetanes, llevose las manos a la cabeza, lanzó una exclamación de lástima y desconsuelo, y por breve rato no apartó del cielo sus ojos fijos allí en demanda de misericordia. ¡Masón! repitió luego mirando al que, según ella, era un soldado de las milicias de Satanás . ¡Quién lo diría!
¡Cómo! ¿V. no sabe jugar al bridge? exclamó la dueña de la casa, mirándome de pies a cabeza con su impertinente... Y luego añadió, ante sus invitados: ¡Este señor no sabe jugar al bridge! Su exclamación, dicha del modo más despreciativo, produjo consternación y casi espanto. Todos me rodearon, mirándome asombrados, como a un animal extraño o un criminal terrible.
Angustias, no sea usted niña dije, comenzando, sin darme cuenta, a tratarla de usted . ¿Cómo puede creer que trato de hacerle mal? Al contrario: la llevo hacia la dicha, al encuentro de alguien que usted espera volver a ver hace varios años. La cerilla con que nos alumbrábamos me quemó los dedos. Pronuncié una exclamación adecuada, al arrojar la cerilla al suelo. Quedamos a oscuras.
Palabra del Dia
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