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Filipinas tuvo desde sus primeros días los suyos, que trataban con los Reyes y el Papa de las necesidades del país; los tuvo en los momentos críticos de España, cuando ésta gemía bajo el yugo napoleónico, y no se aprovecharon de la desgracia de la Metrópoli como otras colonias, sino que estrecharon más los vínculos que las unían á la Nación, dando pruebas de su lealtad; continuaron hasta muchos años después ... ¿Qué crimen han cometido las Islas para que así se las prive de sus derechos.

La rueda de los coches, al pasar por delante de la gran escalinata, iba arrebatando poco a poco a los que allí estaban para dispersarlos por todo Madrid en busca de reposo. Pepe Castro se había colocado al lado de Esperancita y la hablaba dulcemente al oído. La niña, embozada hasta los ojos, sonreía sin mirarle. Cuando su coche llegó al fin, se estrecharon las manos largamente.

Se las estrecharon fuertemente por unos momentos. El conde se levantó sin decir otra palabra. Cuando llegó a casa, le escribió una larga carta de seis pliegos pintándole con los más vivos colores su pasión, dándole fervorosas gracias, llamándose indigno gusano tres o cuatro veces. El matrimonio quedó concertado para cuando terminase el año de luto. Faltaban dos meses.

Al encontrarse se estrecharon la mano. «¿Has estado en Valldemosa?...» Toni sabía ya su viaje, gracias a la facilidad con que circulan las más insignificantes noticias en el ambiente monótono y calmoso de una ciudad provinciana ávida de curiosidades. Algo más cuentan dijo Toni en su mallorquín de campesino , algo que me parece mentira. ¿Dicen que te casas con la atlota de don Benito Valls?

En el umbral de la barraca se estrecharon las manos unos a otros y se dieron las buenas noches; y unos a la derecha y otros a la izquierda, formando pequeños grupos, regresaron a sus aldeas. ¡Buenas noches, Materne, Jerónimo, Divès, Piorette; buenas noches! gritaba Juan Claudio.

En aquel mismo instante apareció Simón en la plazuela caminando con paso firme y decidido, grave el continente, amable el rostro y brillante la mirada. Los grupos se estrecharon en torno de él y todas las manos se tendieron afectuosamente hacia la suya.

Se estrecharon la mano y no dijeron más. Ni el uno ofreció favor ni el otro pidió misericordia. Las gentes de Argel acudían ansiosas para conocer al «Demonio de Malta» amarrado a su banco de esclavo; pero al verle fiero y ceñudo como un aguilucho cautivo, no se atrevían a insultarle.

Empeño mi palabra. Si hay que hacer gastos, yo me encargo de ellos. Si se presentan peligros... Son de mi cuenta... Poco á poco, protestó Marenval. No me ha comprendido usted. Los peligros á medias. Quiero arriesgarlo todo con usted, como un hermano. ¡Muy bien! Así será. Se estrecharon la mano y entraron en el círculo por una puerta interior.

Choca, querido dijo alzándola de nuevo y alargándole la mano. Vete en paz á hablar con tu novia y que Dios te proteja. Se estrecharon la mano y el majo se alejó precipitadamente. Gracias, señor Pedro murmuró Gabino conmovido. ¡Oiga! le gritó cuando ya el otro estaba lejos. Velázquez volvió sobre sus pasos. Quisiera pagarle de algún modo el favor que me hace.

La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un príncipe. Años después fue don Príamo el que, entrando en una galera de Malta, encontró encadenado en un banco de remero al intrépido Dragut. Se repitió la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese natural. Se estrecharon las manos. ¡Cosas de la guerra! dijo uno.