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Actualizado: 18 de junio de 2025
Y no os digo más, que bien creo yo que con lo dicho me habéis comprendido, y a Dios os quedad y en mí pensad, pagándome en buena moneda el pensamiento enamorado y perdurable, que de vos en esta encendida alma vuestra me llevo.» ¡Ay, Florela! dijo la hermosa indiana, que no sé qué piense, ni qué tema, ni qué espere, ni qué haga, ni qué deje de hacer.
También es ocurrencia de chicos venir al monte a divertirse.... Si no hay más que arañas y espinas.... Don Fermín, espere usted por las once mil... de a caballo, que yo me pierdo y me caigo. Un trueno le contestó y le hizo arrodillarse con el susto. No osó blasfemar otra vez. ¡Don Fermín! ¡don Fermín! ¡espere usted en nombre de la humanidad!
A esta declaración, la señora de Laroque pareció súbitamente consternada; me miró, se agitó entre sus almohadillas, aproximó sus manos al brasero, y me dijo á media voz: ¡Ah! ¿qué importa eso? vaya, déjelo usted. Y como yo insistiese: ¡Pero, Dios mío! agregó, con un gracioso ademán, ¡mire usted que los caminos están espantosos!... Espere al menos la buena estación.
Un hombre del campo me indicó que por allí no había agua. Volví al barco y esperé a que llegara Allen. Este traía víveres, que devoramos, y una botella de cerveza. Después de comer dijo: Ahora les tengo que contar lo que me ha pasado y la proposición que me han hecho. He ido al pueblo, he entrado en la tienda a comprar la comida; me han preguntado quién era, de dónde venía.
Adviértase aquí para que se espere a Dios con la pompa que se le debe. Sin preocuparme gran cosa del pobre Marmitón, que se quedaba solo otra vez, repantigado, mudo y atónito en el sillón de madera y muy arrimado al fuego, volvíme al cuarto de mi tío para ver lo que pasaba en él después de la salida de don Sabas.
Esperé a Paca a la salida de la Fábrica, pero no logré verla. Isabel tampoco parecía por casa de Anguita. Con Villa no quise desahogarme, porque temía que lo echase a broma. ¡Para bromas estaba yo! Por fin, una noche llegó Isabel a la tertulia, y en la mirada larga e intencionada que me dirigió comprendí que algo grave tenía que decirme.
Al menor ladrido miraba sobresaltada hacia la portera, y apenas anochecía, veía avanzar por entre el pasto ojos fosforescentes. Concluída la cena se encerraba en su cuarto, el oído atento al más hipotético aullido. Hasta que la tercera noche me desperté, muy tarde ya: tenía la impresión de haber oído un grito, pero no podía precisar la sensación. Esperé un rato.
Guardaron silencio unos instantes: él, dudoso del éxito de su empresa; ella, turbada, deseosa de sustraerse al influjo violento de aquel hijo que, para sojuzgarla mejor, acababa de decirla: «no soy sino sacerdote.» ¿Vamos a la botica? se atrevió por fin a preguntar la madre. Espere Vd.; no quiero que nos separemos así.
Y como él, esperé y le compadecí, y habría dado cualquier cosa por ver abrirse la puerta de aquel palco que seguía obstinadamente cerrado.
Nueva reverencia, mientras sus ojos entornados se cosían cínicamente al rostro de Lucía, alumbrado por los moribundos tizones. No, espere usted gritó Artegui levantándose y asiéndole de una manga sin ceremonia, al ver que volvía la espalda.
Palabra del Dia
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