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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Tenga cada acto cuatro pliegos solos, Que doce están medidos con el tiempo; Y la paciencia del que está escuchando. En la parte satírica no sea Claro ni descubierto, pues que sabe Que por ley se vedaron las comedias Por esta causa en Grecia y en Italia; Pique sin odio, que si acaso infama, Ni espere aplauso ni pretenda fama.
No sea indiferente ni distraída; espere a comprender el porqué de las acciones que la desconcertaron; esta revelación no le será concedida sino al cabo de un tiempo vario; con paciencia y buena voluntad, apenas se hará esperar. DORA. Muchas amigas mías me han confesado que ellas no habían experimentado nunca esta revelación.
Tenía razón don Timoteo. Haga usted una visita a don Timoteo; en buena hora; pero no espere usted que se la pague. Don Timoteo no visita a nadie. ¡Está tan ocupado! El estado de su salud no le permite usar de cumplimientos; en una palabra, no es para don Timoteo la buena crianza. Veámosle en sociedad. ¡Qué aire de suficiencia, de autoridad, de supremacía!
El día que menos lo espere, mi madre se queda en ese convento de los demonios, sin que haya fuerzas humanas que la arranquen de allí. No puedes figurarte su actitud: no disputa ni contesta a mis reflexiones; calla y hace lo que quiere. Con Leocadia, la cosa varía: a cuanto digo, responde que lo que debo hacer es buscar dinero... y, en el fondo, no le falta razón.
En seguida me eché a temblar sin saber por qué, por instinto, solamente porque tengo el corazón como aplastado por el secreto que llevo en él y por mis culpas para con mi padre. Me senté en un taburete al lado de su butaca y esperé interrogándole con la mirada. Es muy joven dijo mi padre dirigiéndose a Máximo, es una niña. Había en sus palabras una tierna piedad que parecía abogar por mi.
Ya cerca de mi, cruzó los brazos, miró la cascada inmóvil, el puente, los árboles, y no abrió la boca. Yo, en tanto, retenía el aliento y me hacía la ocupada en una ramita de pino que acababa de quebrar, pero, sin que él se fijara, le miraba de soslayo. Prima... ¿Primo...? Esperé unos instantes el final del discurso.
Advertía Fortunata en aquella cara cierta severidad: iba a decir algo; pero la otra no le dio tiempo, y tomándole el brazo, como se toma el de los hombres, le dijo: «Venga usted por aquí. ¿Tiene prisa?». No señora... Yo no me había marchado por esperar a ver si usted venía. Anoche también la esperé a usted, y no quiso venir.
LORENZA. Pienso darme una buena sesión de trabajo. Quiero acabar mi estudio. EL MODELO. Si usted lo desea, adoptaré la pose. LORENZA. ¡No! Espere a las demás señoritas. Se molestarían si se empezara sin ellas. Entre todas ellas, usted es la única formal. EL MODELO. ¡Usted llegará...! Posee la obstinación, que es una cualidad muy hermosa. Además, tiene usted dinero. ¡Y esto ayuda siempre...!
Se doblaba la hoja. No había que pensar en el préstamo. A la estúpida pregunta del veraneo contestó la señora con la primer sandez que se le vino a la boca. En aquel momento sentía tanto calor que se habría echado en remojo para impedir la combustión completa de su cuerpo todo. «Hija, hace aquí un bochorno horrible». Espere usted, entornaré las maderas para que entre menos luz.
En este momento entró Celestina con una bandeja cargada de pasteles de perfumes variados, e interrumpió a la Roubinet. Suplico a usted que espere un poco dije a la oradora. Déjeme servir el té, pues sentiría mucho no oír a usted. Vaya usted, vaya, Magdalena respondió la Roubinet muy halagada por mi petición.
Palabra del Dia
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