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Actualizado: 17 de junio de 2025


Batiste fué afeitado con bastante suerte, mientras escuchaba, hundido en el sillón de esparto y teniendo los ojos entornados, la lectura del «maestro», hecha con voz nasal y monótona, sus comentarios y glosas de hombre experto en la cosa pública. No sacó mas que tres raspaduras y un corte en la oreja. Otras veces había sido más. Dió su medio real, y se metió en la ciudad por la puerta de Serranos.

Aresti pareció irritarse. Lo que él proclamaba era la vida, la juventud, el amor, tal como los concebía. Respetaba la virtud, pero no consideraba necesario que tuviese gesto de vinagre y piel de esparto. Además, porque la mercenaria del amor, de aspecto tolerable, estuviese desterrada de las calles, ¿resultaba acaso la villa una población de costumbres virtuosas? Con la vida y sus instintos no se juega. Si la entorpecen su curso en nombre de una moral de locos, rompe por donde puede, esparciéndose en arroyos fangosos.

Don Modesto tenía que mudarse de zapatos cada vez que entraba a verla. Si Rosita hubiera tenido noticia de las chinelas, que se ponen en Bruselas los curiosos que van a visitar el palacio del príncipe de Orange, no hay duda que habría adoptado el mismo medio para preservar las bastas esteras de esparto que cubrían los rajados ladrillos del pavimento de su sala.

A lo que respondió Sancho: -Déme vuestra señoría alguna diciplina o ramal conveniente, que yo me daré con él como no me duela demasiado, porque hago saber a vuesa merced que, aunque soy rústico, mis carnes tienen más de algodón que de esparto, y no será bien que yo me descríe por el provecho ajeno.

En los bardales vio Jacinta unas plantas muy raras, de vástagos escuetos y pencas enormes, que llamaron su atención. «Mira, mira, qué esperpento de árbol. ¿Será el de los higos chumbos?». No, hija mía, los higos chumbos los da esa otra planta baja, compuesta de unas palas erizadas de púas. Aquello otro es la pita, que da por fruto las sogas. Y el esparto, ¿dónde está?

-Mándote yo -dijo Sancho-, pobre doncella, mándote, digo, mala ventura, pues las has habido con una alma de esparto y con un corazón de encina. ¡A fee que si las hubieras conmigo, que otro gallo te cantara! Acabóse la plática, vistióse don Quijote, comió con los duques, y partióse aquella tarde. Capítulo LXXI. De lo que a don Quijote le sucedió con su escudero Sancho yendo a su aldea

Era una silla de brazos como las mejores que se pueden encontrar en una granja rica. ¡Qué asiento, hijos míos! dijo el tío Correa con entusiasmo . Ancho, blandísimo, hecho con madera de algarrobo de la mejor y con cuerda de esparto bien tejido; un sillón, en fin, como sólo puede tenerlo un cura de pueblo rico.

Y a estotra parte estaba el estrado de las señoras, sobre una estera de esparto, de retorno del ivierno pasado; tan remendados todos y todas, que parece que les habían cortado de vestir de jaspes de los muladares. Y entrando don Cleofás y su compañero y diciendo una pobra, fué todo uno. «Ya viene el Diablo Cojuelo», alteróse don Cleofás y dijo a su camarada: Juro a Dios que nos han conocido.

El césped del paseo grande se pone como un ruedo de esparto... no se ve un alma por allí, en las calles no hay más que perros y policías.... Mire usted, prefiero el invierno con todas sus borrascas y su agua eterna... qué yo... a el frío me anima.... En fin, felices ustedes los que se van.... Y don Víctor suspiró otra vez. Voy a llamar a mi mujer. ¿Querrá usted decirla adiós, verdad?

La mujer y las hijas del arruinado labrador fuéronse con unas vecinas á pasar la noche en sus barracas. El tío Barret se quedó allí, bajo la vigilancia de Pimentó. Permanecieron los dos hombres hasta las diez sentados en sus silletas de esparto, á la luz del candil, fumando cigarro tras cigarro. El pobre viejo parecía loco.

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