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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí déstas, o todas juntas, le enamoraron; que en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre.
Sólo en invierno, las paredes sucias y agrietadas se veían por entre las ramas desprovistas de hoja; pero en cualquiera otra época del año, para ver el molino, había que penetrar en la plazoleta que se extendía ante su puerta, espantar el grupo de ocas y despertar de su cuchitril al perro guardián, siempre gruñendo.
Pero entonces eran los días más largos y las noches más cortas; alumbraba el sol a la tierra y calentaba la sangre de los viejos, y, sobre todo, volvía de su viaje muy temprano; madrugaba mucho para espantar las ideas tristes de las cabezas en que apenas entra la caridad del sueño por la noche.
¿Y no le habéis ahuyentado por no espantar la caza? bien hecho; por lo mismo dejaréle yo allí: pero entrémonos en este zaguán. Entrémonos. ¿Y estáis seguro de que don Rodrigo Calderón está ahí dentro, y si está de que saldrá por ahí? No lo estoy, pero espero. Vais haciéndoos á las costumbres de los enamorados tontos, que se pasan la vida en esperar á bulto. Por más que hagáis... No os curo. No.
Pero aventurarse por aquel revuelto golfo en una simple chalupa era cosa de espantar al más valiente. ¿Resistiría aquel barquichuelo, que sólo tenía catorce pies de eslora y que apenas desplazaba ocho toneladas, los tremendos embates del mar y la furia de los vientos? ¿Verían el sol del día siguiente?
Una noche observó Salvador que daba el enfermo un gran suspiro, y despertando acongojadísimo parecía reconocer la realidad de las cosas, medio seguro de espantar las embusteras percepciones del sueño. Es todo mentira, Sr. D. Benigno le dijo Monsalud riendo . Ánimo. ¡Ay, Dios mío! ¡qué sueño! exclamó el de Boteros . Todavía me duran la angustia y el mortal frío que sentí.
Cuadró a todos lo que aquél dijo, y alteró mucho a mi amo; y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con un garrote que a la cabacera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra.
Su brazo, que no debía de tener más que el hueso seco, se extendía oscilando con lúgubre cadencia. Su mano empuñaba una rama de acacia, para espantar con ella las moscas que molestaban a Nazaria. Gracián y el otro clérigo se sentaron después de saludar a la enferma con mucho interés.
Durante la ceremonia de hacer los esqueletos, se visten los indios de mantos largos de pieles, cubriendo las caras con ollin, y andando al rededor de la tienda, con unas adargas ó lanzas en las manos, cantando tristemente, ó hiriendo la tierra para espantar los valichos, ó demonios.
Convénzase de que con el tinte no consigue usted parecer joven; lo que parece es... un féretro. Querido Antonio replicó Ponte haciendo repulgos con boca y nariz para disimular su ira, y figurar que seguía la broma , nos gusta a los viejos espantar a los muchachos para que... para que nos dejen en paz. Los chicos del día, por querer saberlo todo, no saben nada...».
Palabra del Dia
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