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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Para recibir a los huéspedes fugaces, para no espantar los ojos de los ciudadanos, más habituados a las decoraciones teatrales, parecía que a su real magnificencia, esta Naturaleza consentía en mostrarse más vulgar y menos salvaje.
Se acordaba, además, de las palabras de su apoderado: de la arrogancia con que sabía espantar a los moscones molestos; de aquel jueguecito aprendido en el extranjero que la hacía manejar a un hombrón como si fuese un guiñapo... Siguió contemplando la blanca nuca, como una luna envuelta en nimbo de oro, al través de las nieblas que tendía el sueño ante sus ojos. ¡Iba a dormirse!
Ella mostraba un visible deseo de espantar a las gentes con su atrevimiento, de enterar a todos de esta nueva aventura, que parecía enorgullecerla. Pasaron ante «el banco de los pingüinos» y ante sus vecinas «las potencias hostiles», con repentino malestar de Ojeda, que deseaba retroceder, pero no se atrevía a decirlo.
Todos los monteros de la comarca, al pasar, iban a estrecharles la mano, y luego se reunían a su alrededor, formando así una especie de grupo aparte. Tales hombres hablaban poco, porque habían adquirido la costumbre de pasar callados noches y días enteros, a fin de no espantar la caza.
Nada de requiebros, ni mucho menos frases amorosas: comprendía que era espantar la caza, que la fruta estaba muy verde, y que era mejor tener paciencia y sacudir el árbol cuando sazonase.
Del mismo modo que los chinos encienden por la noche una luz en la puerta de su casa, para ahuyentar a los malos espíritus, las casas tenían en la reja de la ventana o en la puerta de calle un manojo de ramas de olivo o de palmas benditas para espantar a los demonios; todos los sitios donde un hombre había sido asesinado, sin darle tiempo de arrepentirse de su vida para salvar su alma, tenían un nicho, en el que encendían velas por la noche los miedosos de las ánimas en pena.
Este avanzó con cautela, paso tras paso; nada de pellizcos, ni de palabrotas necias, ni de estrujones contra los bastidores: una actitud sosegada, dulce, casi melancólica, adecuada para no espantar la caza, algunas palabritas melosas y furtivas, varios conceptillos aduladores envueltos en suspiros, y cuando todo estaba convenientemente preparado ¡zas! el salto que todos conocen: «María, yo me muero por V... perdóneme V. el atrevimiento... yo no puedo tener escondido por más tiempo lo que siento, etc., etc.»
Item, se da por aviso particular que si alguna madre tuviere hijos pequeñuelos, traviesos y llorones, los pueda amenazar y espantar con el coco, diciendoles: guardaos, niños, que viene el poeta fulano, que os echará con sus malos versos en la sima de Cabra, ò en el pozo Airon.
Así como avanzaba en años, era más agresivo y temerario, extremando su actividad, como si con ella quisiera espantar á la muerte. Sólo admitía ayuda de su travieso «peoncito». Cuando al ir á montar acudían los hijos de Karl, que eran ya unos grandullones, para tenerle el estribo, los repelía con bufidos de indignación.
Marcelo, y ya que echamos la conversación hacia ese lado... ¡Pues tendría que ver, ¡pispajo!, que diera yo ahora en la gracia de agobiarte con pesadumbres nuevas, cuando más falta te hace algo alegre con que espantar las negruras de este temporal que se nos ha echado encima!
Palabra del Dia
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