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Actualizado: 3 de mayo de 2025


De improviso, todo cambió, apareciendo por arte de magia un cuarto vulgarmente amueblado con cama de hierro, sofá de espadaña, dos baúles y una percha clavada en la puerta. Sobre asientos y muebles había muchas ropas adornadas de oropel y talco.

Constaba el mueblaje de cuatro sillas de Vitoria, un sofá viejo de espadaña y una cómoda de nogal. Por la ventana, que descubría mucho cielo, entraba la claridad a torrentes. Tras una puerta vidriera entreabierta veíase la alcoba y en ella un catre de hierro cubierto por una colcha de cotonía.

Era semejante ocupación dulcísima para Julián: corrían las horas sin sentir en el callado recinto, que olía a pintura fresca y a espadaña traída por Nucha para adornar los altares; mientras armaba en un tallo de alambre una hoja de papel plateado o pasaba un paño húmedo por el vidrio de una urna, no necesitaba hablar: satisfacción interior y apacible le llenaba el alma.

Notas largas, llenas, plañideras como las de una plegaria sin dejar de ser varoniles, se escapaban del viejo instrumento; el P. Florentino que era un acabado músico, improvisaba y como se encontraba solo, daba rienda suelta á las tristezas de su corazon. En efecto, el anciano estaba muy triste. Su buen amigo, don Tiburcio de Espadaña, acababa de dejarle huyendo de la persecucion de su mujer.

Sobre el grande arco de herradura de la puerta árabe se labró á modo de tejaroz una cornisa saliente sostenida en modillones e molduras horizontales, muy juntos y con un escudito en su frente, y sobre esta cornisa se levantó á guisa de espadaña un paralelógramo rectángulo con dos pilastrones ó antas á los lados, decoradas en su grueso de floroncillos de relieve.

Juanito desempeñaba bien su papel: á veces movía la cabeza en señal de disgusto y entonces se oían toses, murmullos en algunas partes; á veces sonreía, aprobaba y un segundo despues resonaban aplausos. Doña Victorina estaba encantada y hasta concibió vagos deseos de casarse con el joven el día que don Tiburcio se muriera. ¡Juanito sabía francés y de Espadaña no! ¡Y empezó á hacerle zalamerías!

Esto, con respecto al reino animal. Can respecto al vegetal, parécese el periodista a las plantas en acabar con ellas un huracán sin servirles de mérito el fruto que hayan dado anteriormente: como la caña ha de doblar la cerviz al viento, pero sin murmurar como ella; ha de medrar como el junco y la espadaña en el pantano; ha de dejarse podar como y cuando Dios disponga, y tomar la dirección que le el jardinero; ha de pinchar como el espino y la zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la rueda del poderoso; en días obscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar coger sus pistilos como la flor del azafrán; ha de tomar color según le den los rayos del sol; ha de hacer sombra, en ocasiones dañina, como el nogal; ha de volver la cara al astro que más calienta como el girasol, y es planta muerta si no; seméjase a las palmas en que mueren las compañeras empezando a morir una; así ha de servir para comer como para quemar, a guisa de piña; ha de oler a rosa para los altos, y a espliego para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra.

En edad bastante avanzada se había casado con un infeliz llamado don Tiburcio de Espadaña, y en los momentos en que la vemos, lleva ya quince años de matrimonio, de cabellos postizos y traje semi-europeo.

En un pabellón estaba la capilla, cerrada muchos años, con una espadaña de hierro en el tejado, de la cual pendían dos campanas cubiertas de herrumbre. El pabellón opuesto servía de habitación al conserje, y en una ventana de medio punto alineábanse macetas de flores bajo una cortina de tonos alegres que la brisa hacía ondear.

La negra silueta del pueblo dibujábase a la lejos, y una torrecilla alzábase sobre él destacando su espadaña con precisión del fondo oscuro de la noche. ¡Pobre Cervantes! ¡Aquí fue preso y maltratado como el último comisionado de apremio; en todas partes despreciado y humillado, cual si no hubiese tropezado en el curso de su vida más que con poetas líricos!

Palabra del Dia

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