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Al mismo tiempo que eso, el movimiento del oleaje conmoviendo la atmósfera a grandes distancias, ese acompasado murmullo que nos mece como en una barca invisible, el calor, el olor de las naranjas... ¡Ah, qué bien se podía dormir en el huerto de Barbicaglia! No obstante, en ocasiones, en el momento más grato de la siesta, despertábanme sobresaltado redobles de tambor.

Estrecha con la sonrisa en los labios la mano de tu yerno, es decir, de ese ladrón de felicidad que viene a robarte tu dicha, si no quieres resignarte a que se diga de ti: »He ahí a Sganarelle, que no permite que su hija Lucinda se case con Clitandro.

Siempre que D. Juan daba noticia somera de las mermas de la hacienda a su aturdida sobrina, exigía que Bonifacio estuviese delante; era inútil que Emma y el mismo Reyes quisiesen excusar esta ceremonia. El todo que había de presenciar por fuerza ese, no era nada; allí no se podía ver cosa clara, y aunque se pudiera, no la vería Reyes, que ni siquiera miraba.

Al amparo de un recogimiento unánime se verificaba en el espíritu de todos ese fino destilar de la meditación, absorta en cosas graves, que un alma santa ha comparado exquisitamente a la caída lenta y tranquila del rocío sobre el vellón de un cordero. Cuando el áspero contacto de la muchedumbre les devolvió a la realidad que les rodeaba, era la noche ya. Una cálida y serena noche de estío.

Y bien... me contestó, yo que usted me ha amado un día... ¿se acuerda usted?... Yo he llegado a un momento supremo de la vida, en que necesito amar y ser amada por un hombre digno de . ¡Soy una desgraciada!... ¿qué pasión puede inspirarme ese hombre que es mi marido?

Y como nuestro buen Gobernador Winthrop falleció también anoche, y fué convertido en ángel, de seguro que se creyó conveniente publicar la noticia de algún modo. No; nada he oído acerca de ese particular, contestó el ministro. En su última y singular entrevista con el Sr. Dimmesdale, se quedó Ester completamente sorprendida al ver el estado á que se hallaba reducido el ministro.

Mi pobre abuelo se cayó desfallecido de hambre, en el barranco de ese puente, y voy al pueblo a pedir auxilio a la guardia civil o a la primera persona caritativa que encuentre. ¿Pero no podemos nosotros socorrerle? contestó Juanito. Mira, la primera casa del pueblo es la mía y allí yo te aseguro que no le faltará nada a tu abuelito.

Pero desde poco tiempo después que el señor Aliaga murió, visitó la casa asiduamente, sin dejar sospechar el sentimiento que le iba dominando y llevando a la perdición. Solía ir con su hijita mayor, esa... la que no te quiero nombrar. Cuando la viuda comprendió la pasión de su antiguo amigo, le cerró consternada las puertas de la casa. Ese mismo día, él se disparó un tiro en la boca.

Yo que ese dolor que atormenta al poeta no tiene cura: como á todos los grandes, la sed que atormenta á Edmundo Rostand, es sed de Infinito...

¿Saldréis por la calle que costea el parque y atraviesa la aldea? , por ese camino pasaremos. ¿Por qué tan temprano? Yo habría ido a veros pasar y deciros adiós desde el terrado. Bettina conservaba en su mano la mano de Juan, que estaba ardiente, hasta que éste se desprendió dolorosamente, haciendo un esfuerzo, y dijo: Tengo que ir a saludar a vuestra hermana.