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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Entraba Rafael en el cortijo sobre su briosa jaca, erguido y arrogante como un centauro, y con gran retintín de espuelas y roce de los zajones de cuero, se apeaba en el patio, mientras su cabalgadura golpeaba los guijarros, como si aún desease emprender un nuevo galope.
Sonreía con expresión maliciosa; levantaba una mano con el índice erguido, como una maestra que lanza su última recomendación. Novios, sí... Boca, sí... ¡Cabina, nooo!... ¡Cabina, malo! Y tras estos balbuceos en español, que revelaban un miedo cómico a la «cabina», huyó apresuradamente, volviendo por dos veces la cabeza para mirar a Fernando antes de desaparecer.
Habría sido apuesto y galán el señor de las Cuevas en sus tiempos juveniles; porque hoy, a los setenta y cuatro años, es un hombre brioso, erguido, de vivos y penetrantes ojos, nariz aguileña, noble y descubierta frente. Toda su figura anuncia energía y decisión.
El viejo se sintió animado por una resolución desesperada: ya que había de morir, que lo matase una bala francesa. Y avanzó erguido, con sus dos cubos, entre aquellos hombres acostados que disparaban. Luego, con súbito pavor, quedó inmóvil, hundiendo la cabeza entre los hombros, pensando que la bala que él recibiese representaba un peligro menos para el enemigo.
Una saya de seda color de rosa, recogida en ricos y graciosos pliegues por la diminuta mano, daba magestad á su erguido busto cuyos movimientos favorecidos por el ondulante cuello delataban todos los triunfos de la vanidad y de la coquetería satisfecha.
Pocas veces se vería tan bien tratada como en el cortijo del señor Juan Gallardo. Ahora a portarse bien, que la jornada iba a ser larga. ¿Y aónde vás, camará? dijo Potaje. Eso no se pregunta... ¡Por er mundo! Ni yo mismo lo sé... ¡A lo que se presente! Y poniendo la punta de un pie en uno de los estribos oxidados y manchados de barro, dio un salto, quedando erguido sobre la silla.
Erguido sobre el castillo, con el cabello y la larga barba sacudidos por el viento y las manos en la caña del timón, guiaba valientemente el buque. Van-Horn le dijo el Capitán acercándose ; el junco se hunde bajo nuestros pies. El salvaje, antes de irse, abrió un boquete en la obra viva y el agua tiene inundada la bodega. ¡Ah, pillo! Y ¿qué pensáis hacer, señor?
Había tomado el baño y retardaba el momento de recobrar su uniforme, deleitándose con el sedoso contacto de la túnica femenina, igual á sus vestiduras orientales de Berlín. Blumhardt no manifestó la más leve extrañeza ante el aspecto de su general. Erguido militarmente habló en su idioma, mientras el conde le escuchaba con aire aburrido, pasando sus dedos sobre las teclas.
Al volver sus ojos hacia el suelo, vió erguido en la arena, sobre las puntas de sus botas para hacerse más visible y moviendo los brazos, á un pigmeo, mejor dicho, á un soldado, con casco de aletas y espada al cinto, el cual daba gritos para llamar su atención.
Los tirones de oreja y los palos con la vara de medir lo habían puesto erguido, borrando en su cuerpo la tendencia a cargarse de espaldas y a ser patiabierto, propio de todos los de su tierra; sus pelos, a fuerza de peine y cosmético, habían llegado a domarse; los desabridos y no muy abundantes guisos del ama de llaves daban cierta figura a su corpachón huesoso.
Palabra del Dia
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