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Lucía, anonadada, casi de hinojos, cruzadas las manos, imploraba: Artegui, alzado el brazo, erguido el cuerpo, mirando con doloroso reto a la bóveda celeste, pareciera un personaje dramático, un rebelde Titán, a no vestir el traje llano y prosaico de nuestros días.

Se mantuvo erguido, con una mano sobre el pecho y la otra apoyada en el respaldo de una silla. Su frente elevada parecía aguardar la inspiración de lo alto. Mostraba la rigidez de un modelo, como si estuviera delante del escultor encargado de su futura estatua. Su madre le conocía bien. Cuando sentía hambre y deseaba un pedazo de pan, nunca lo reclamaba á gritos, como los niños ordinarios.

Su mujer, instada por él para que se trasladase a Madrid, no quiso abandonar la isla. ¡Ir ella a la corte! ¿Y su hijo, que casi acababa de nacer?... Don Horacio, cada vez más enjuto y más débil, pero siempre erguido en su eterna levita nueva, seguía dando el paseo diario, ajustando su vida a la marcha del reloj del Ayuntamiento.

Mientras duraron aquellos preliminares permaneció el incógnito campeón inmóvil como una estatua de acero, erguido en la silla de su caballo de batalla y apoyado en la robusta lanza. El ojo experto de nobles y soldados adivinaba un adversario temible en aquel hombre de atléticas formas é imponente aspecto.

Golbasto estaba erguido entre las dos ventanas de la gran pieza, mirando al público como un águila que se prepara á levantar el vuelo. Momaren sonreía con la cabeza baja, sintiéndose encorvado prematuramente por el huracán de las alas de la gloria que iba á descender sobre él.

El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo tiempo que se incorporaba: ¡Prou!... ¡prou! Pero era ya inútil que gritase «¡bastanteUn bulto se interpuso entre él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un salto.

Murió, , señor. ¿Cuándo embarcamos? Cuando el tiempo lo permita. ¡ no morirás como tu padre! tienes que pedir permiso al tiempo para hacerte a la mar. Cuando lleguemos estará fría aquella santa. ¡La muerte no tiene tu espera, hijo de Peregrino el Rau! A la luz de los relámpagos se columbra al viejo linajudo erguido sobre las piedras, con la barba revuelta y tendida sobre un hombro.

Abercombe dirigió su lanza á la cabeza del desconocido y éste le imitó, manteniéndose firme y erguido en la silla después del choque, al paso que el inglés quedó doblado hacia atrás, medio caído sobre la grupa del caballo, que recorrió la mitad del campo antes de que el jinete recobrase su posición normal.

El torero, aprovechando la estupefacción del animal, quedó erguido a pocos pasos de su hocico, sacando el vientre como si le desafiase. Sintió «la corazonada» precursora feliz de sus grandes atrevimientos. Había que conquistar al público con un rasgo de audacia, y se arrodilló ante los cuernos con cierta precaución, pronto a levantarse al más leve intento de acometida. El toro permaneció quieto.

Mientras las puertas del Congreso estaban cercadas por una multitud de papanatas, a quienes se prohibía hasta aproximarse a la acera, él las atravesaba erguido entre las reverencias de los porteros, que, al abrirle respetuosamente la mampara de rojo terciopelo, le decían: Pase Usía.