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Actualizado: 14 de octubre de 2025


El Príncipe Alejo, erguido, inmóvil, alta la frente, miraba también fijamente a su inesperado acusador. ¿Cómo puede usted asegurarlo? preguntó aún el juez. Lo . ¿Cuáles son las pruebas que tiene usted? Ninguna prueba material. Todas las certidumbres morales. ¿Quién cree usted que la ha muerto?

Bien puede usted asegurar, don Federico dijo la tía María , que no hay asunto para el cual no tenga mi hijo, venga a pelo o no venga, un cuento, chascarrillo o cuchufleta. En este momento se entraba don Modesto por el patio, tan erguido, tan grave, como cuando se presentó a Stein en la salida del pueblo, sin más diferencia que llevar colgada de su bastón una gran pescada envuelta en hojas de col.

A esa hora, muy planchadito y repeinado, erguido hasta la rigidez, risueño de oreja a oreja, y solemne y augusto en su apostura, apareció delante de la Colegiata, dispuesto a aceptar los honores del triunfo que habían de decretarle allí, en el momento de salir de misa mayor, las gentes más importantes de la villa. Entre tanto ocurría dentro, en la iglesia, un suceso muy extraordinario.

Su madre ya no iba al campo; se quedaba en la gañanía para cuidarla. Hasta para dormir tenían que mantenerla con el cuerpo erguido, mientras su pecho se agitaba con un estertor de fuelle roto. ¡Ay, Señó! gemía el gitano, perdiendo la última esperanza. Lo mezmo que los pajarillos cuando los jieren.

Una noche de la semana pasada, en que caminaba despacio, con el bastón en la mano, por una de las aceras de la calle de Eblé, lanzó inopinadamente un grito de sorpresa. ¡La sombra de Romagné, vestido de pana azul, habíase erguido ante él! ¿Era realmente su sombra? Las sombras no llevan nada, y ésta llevaba una cesta en la extremidad de un palo. ¡Romagné! gritole el notario.

Le mataría, señor, le mataría; y después, ¡qué escena tan trágica! el teniente a sus pies, atravesado de una estocada; Amparito, desmelenada, sollozante, increpando al cielo; y él erguido como gigantesco fantasma, el ensangrentado acero en la mano, y en el rostro una sonrisa desesperada, infernal, loca; algo que recordase el último acto del Don Álvaro.

Y abrumado por la sorpresa, permaneció erguido, con los ojos desmesuradamente abiertos, apoyando su espalda en la pared, como si temiera desplomarse. Debió lanzar un suspiro; tal vez chocó con demasiada rudeza contra la pared. ¿Quién anda ahí? Y tras larga pausa, contestó a esta voz femenil otra de hombre en tono más bajo, pero que rasgó los oídos de Juanito: Será Miss, que juega.

Pensando en esto, que tanto le ayudaba a combatir su desaliento, vio entrar a D. José, el cual venía muy erguido, con los ojos animadísimos, la sonrisa en los labios, y en su rostro una expresión particular y desusada que alarmó a Isidora. Sentándose en el único sillón que en la celda había, el anciano la contempló con éxtasis. ¿Qué había en él? ¿Estupidez o desvarío?

Don Salvador tendió horizontalmente el bastón que llevaba en la mano para señalar una planta, y entonces Fortuna dio un salto por encima del bastón con gran agilidad y luego se quedó sobre sus patas traseras, erguido y grave; volvió a tender su bastón don Salvador y volvió a saltar Fortuna, pero entonces se quedó con las manos apoyadas en el suelo y las patas traseras por el aire.

Los dos lacayos nos hicieron una marcada cortesía, procurando no deslucir la gravedad y el tono erguido de sus cuellos, decorados por las indispensables corbatas blancas. Nosotros contestamos al saludo como si quisiéramos decirles: ¿qué teneis que ver con nosotros? O como decimos en castellano: ¿quién os ha dado velas para este entierro?

Palabra del Dia

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