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Actualizado: 14 de octubre de 2025


Enfrente del cantor estaba erguido, como siempre, don Modesto Guerrero, escuchando en actitud grave y recogida, idéntico al Mentor respetable que adornaba la pared, sin más diferencia que estar muy bien afeitado, y con su hopito muy liso, tieso y perpendicular.

En medio de la tropa, jinete en un caballo bayo, avanzaba muy erguido un oficial de edad provecta, peluca blanca y con un sombrero de picos con galón de oro, el cuerpo cruzado por una banda amarilla y el pecho cubierto de cintajos. Cuando dicho personaje alzaba la cabeza, el pico del sombrero, coronado por un penacho de plumas negras, hacía las veces de visera.

Hecha esta recomendación, Martín, muy erguido, se dirigió al convento. Aquí va a pasar algo gordo se dijo Bautista preparándose para la catástrofe. Llamó Martín, entró en el portal, preguntó a la hermana tornera por la señorita de Ohando y le dijo que necesitaba darle una carta. Le hicieron pasar al locutorio y se encontró allí con Catalina y una monja gruesa, que era la superiora.

Norbury era un joven alto y seco, que cabalgaba erguido y sin mirar á derecha ni izquierda, como muy conocedor de la ciudad, donde ya había estado pocos años antes; pero Gualtero y Roger, llenos de curiosidad, lo escudriñaban todo, paseantes, calles, edificios y blasones, llamándose mutuamente la atención á cada instante hacia cuanto les rodeaba.

Y entonces me sorprendí al ver que me había erguido, orgullosa y alegre, en mi silla, invadida por un indefinible sentimiento de bienestar que me hacía correr un estremecimiento por todo el cuerpo.

El empleado a quien obsequiaban con este estruendo había de abandonar su puesto, trasladándose a las galerías de hombres, más tranquilas y disciplinadas que la de estos gorilas del crimen. Al final de la galería encontró Maltrana al Barrabás, erguido en la puerta de su celda. Había visto entrar a su hermano, sereno, sin mostrar emoción alguna.

Los bullangueros no callaron hasta que subió á la tribuna Alcalá Galiano. Era éste un joven de estatura más que regular, erguido, delgado, de cabeza grande y modales desenvueltos y francos. Tenía el rostro bastante grosero, y la cabeza poblada de encrespados cabellos.

El señorito Octavio permanecía de pie. En el marco de la puerta apareció de pronto la figura de un sacerdote anciano. Era de estatura más que mediana y vestía un balandrán bastante deteriorado y grasiento, y mostraba en lo erguido de su cuello y en su actitud firme que poseía una complexión recia.

Marisalada había logrado formar una especie de conspiración en las filas del batallón que señá Rosa capitaneaba. Esta conspiración llegó por fin a estallar un día, tímida y vacilante a los principios, mas después osada y con el cuello erguido; y fue en los términos siguientes: No me gustan las rosas de a libra dijo de repente Marisalada.

En seguida, por entretenerme o por consolarme, comenzó a hablarme de la vida de ciertas flores..., el cuento de siempre: unas hojas, muy frescas ayer, que hoy se contraen y marchitan de repente; un tallo muy erguido que se encorva de pronto bajo el peso de la flor..., y una ráfaga insana que la tocó al pasar, o un insectillo impalpable que mordió la raíz.

Palabra del Dia

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