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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Había tomado el baño y retardaba el momento de recobrar su uniforme, deleitándose con el sedoso contacto de la túnica femenina, igual á sus vestiduras orientales de Berlín. Blumhardt no manifestó la más leve extrañeza ante el aspecto de su general. Erguido militarmente habló en su idioma, mientras el conde le escuchaba con aire aburrido, pasando sus dedos sobre las teclas.

La gran selva, que tan sombría y severa se presentaba á los que allí traían la culpa y las angustias del mundo, se convirtió en compañera de los juegos de esta solitaria niña. Se diría que, para divertirla, había adoptado las maneras más cautivadoras y halagüeñas: le ofreció bayas exquisitas de rojizo color, que la niña recogió, deleitándose con su agreste sabor.

Frecuentaba varias tertulias, tomaba café, iba tres veces al año al teatro, paseaba en invierno por el Prado y en verano por la Montaña, y se retiraba á su casa después de conversar un rato con el sereno. La índole de su talento le inclinaba á la contemplación. Leía mucho, deleitándose sobremanera con las novelas sentimentales, que tanta boga tuvieron hace cuarenta años.

Sacramento iba sonriente, locuaz, deleitándose en respirar, como excitada por la viveza del aire: Soledad callada, distraída, viendo las cosas sin mirarlas, oyendo, hablar a su hermana sin fijar la atención.

La baronesa, a quien el silencio era odioso porque le hacía pensar en la muerte, gustaba de todo ese movimiento, si bien mezclándose poco directamente a él por cuanto el reuma no le dejaba casi momento de reposo; pero ya desde su sillón de donde daba órdenes como desde un trono, ya sentada a la sombra de los copudos árboles del parque, complacíase en ver agitarse aquella brillante juventud, que la formaba una pequeña corte, deleitándose en ver desfilar aquellos breacks, aquellos mails llenos de exquisitas elegancias, rebosando refinadas alegrías.

En cuanto a las amenazas de don Juan, que había previsto el caso, se burlaba de ellas. ¿No era Juanito su hijo? Nunca vio el pobre muchacho tan dulce y complaciente a su mamá. La escuchó, como siempre, embelesado, deleitándose con el eco de su voz, y la madre tuvo necesidad de repetir sus peticiones para que Juanito se diese cuenta de lo que decía.

Renunció a leer a los primeros renglones, y comenzó a pasar hojas, deleitándose con alegría infantil en la contemplación de las láminas: leones, elefantes, caballos de salvaje crin y ojos de fuego, asnos a fajas de colores, como si los hubiesen pintado con arreglo a falsilla... El torero avanzaba descuidado por el camino de la sabiduría, hasta que tropezó con los pintarrajeados anillos de una serpiente. ¡Huy! ¡La bicha, la fatídica bicha!

Como antes, en la luna de miel, saboreó la plenitud de la pasión satisfecha, así ahora se complacía en analizar y desmenuzar con el pensamiento la índole de sus penas, deleitándose en la amarga voluptuosidad del dolor, y cuanto más excitaba su desconsuelo mejor creía que demostraba su amor al pobre muerto. ¿No había de llorarlo si lo eligió voluntariamente estudiando sus cualidades y sus prendas de modo que se ajustase a lo que, según ella, debía ser un marido?

Ella parecía como olvidada de misma, deleitándose en hablar sin oírse y sin pensar en el efecto que su figura corporal, su voz y su palabra producirían.

Quiso distraerse leyendo periódicos; pero su imaginación tomó rumbo hacia Cristeta y comenzó a fingírsela presente deleitándose en ella igual que si la tuviese ante los ojos.

Palabra del Dia

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