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Después de haber leído esta extraña epístola, el maestro quedó meditabundo, hasta que la luna alzó su brillante faz por encima de los montes e iluminó el camino que conducía a la casa escuela, camino endurecido con el ir y venir de los menudos pies de los educandos. Enseguida, más satisfecho, hizo trizas la misiva y esparció por el suelo los pequeños pedazos.

Terminada la ceremonia y la misa Tristán se acercó a su amigo Núñez en la misma iglesia y le dijo: ¿Sabes, Gustavo, que esa epístola de San Pablo que nos acaban de leer me parece un poco grosera? Núñez soltó una carcajada discreta y exclamó poniéndole la mano sobre el hombro: Pero hombre, ¿hasta con San Pablo te has de meter? ¡Eres delicioso, Tristán!

«Ah, señor cura, ¡tiemblo con sólo pensarlo! ¿No es cierto que es terrible no abrigar la menor ilusión a los diez y seis años? «Hasta la vista, mi viejo cura». Dos días después de haber expedido esta epístola, que debía dar al cura la más triste idea del estado de mi alma, decidió mi tío llevarnos a paseo al monte San Miguel. Ese día había algo nefasto en el ambiente; lo presentí.

En su epístola á Matías de Porras describe con los más vivos colores su felicidad conyugal, mayor aún con el nacimiento de su hijo Carlos: «Cuando amorosa amaneció á mi lado La honesta cara de mi dulce esposa, Sin tener de la puerta algún cuidado; Cuando Carlillos, de azucena y rosa Vestido el rostro, el alma me traía, Cantando por donaire alguna cosa.

Concluida la apasionada epístola, no faltaba otra cosa que llevarla a su destino: pero, ¿cómo iba a hacerla llegar a manos de mi vecina?... ¿Valiéndome del correo? No conocía el nombre de mi deidad. ¿Comisionando al portero para que se la entregase mediante una propina de tres francos?

La epístola en que noticiaba Colón á Gabriel Sánchez el hallazgo de las islas oceánicas, se imprimió en Roma en 1493 con grabados de naves un tanto convencionales, mas no despreciables bajo muchos puntos de vista.

Domingo: uno a la parte de la Epístola en igual plano de la peaña del Altar, que se había revelado sobre el pavimento de la Iglesia nueve gradas, y en este tablado adornado ostentosamente estuvieron bajo dosel carmesí con magestad de Tribunal, los Señores Inquisidores comenzando por la parte de arriba el más antiguo.

La saya suelta, la diminuta chinela, la bordada piña, el alto pusod, la aplastada peineta y los pequeños aretes, constituyen su atavió, que jamás deja, á no ser que la Epístola de San Pablo se encargue de modificar trajes y costumbres, cosa que suele acontecer, casándose con europeo.

El diputado por Monóvar le consiguió un destino en la Dirección de Rentas Estancadas, asunto del cual Melchor entendía tanto como de cantar la epístola. Vamos, vamos, que entraba con pie derecho. Desgraciadamente pasó algunos años alternando entre colocaciones miserables y calamitosas cesantías.

Entretanto, el duque de Carvajal había asido del brazo a Caffarelli, rogándole a media voz que tratase de obtener, por su mediación, una audiencia del favorito. Lo prometo a usted repuso el artista, con aire protector. Y aquella misma tarde, el Duque leía en su morada, esta breve epístola: *