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Actualizado: 27 de junio de 2025
Andando hacia la calle del Ave-María, iba discurriendo que debía poner en la carta mucha severidad, y un ligero matiz de indulgencia, un grano nada más de sal de piedad para sazonarla. Diríale que no podía admitirla en su casa; pero que con el tiempo... si daba pruebas de arrepentimiento... En fin, que ya saldría la epístola tan guapamente.
Estuve a punto de gritar, pero en seguida pensó que quizás tomaba tal precaución por miedo a que la carta cayese en manos de su hermano. Entonces juzgué que obraba bien y hasta aplaudí su idea por más que se me antojaba que era demasiado cruel el encarnizamiento con que se cebaba en mi desventurada epístola.
Los párrafos que en tu epístola dedicas al contenido necesario de la voluntad y á la existencia del principio sobre-individual en el yo son admirables y me han causado profunda impresión. Lo mismo digo de las palabras que consagras al desenvolvimiento de nuestras facultades interiores, cada una en sí misma y todas en relación armónica entre sí.
Gregoria se presentó de luto, sin azahares, y Bernardino con la misma levita que le prestaron para asistir al entierro de don Aquiles, y delante de los hermanos y de dos testigos, bajo la luz tristona de las bujías, leyó la epístola el cura y echóles la bendición, de prisa y corriendo. Esto fué todo.
Tal vez un tuno que pasó por la calle. Ellas se han estado muy calladitas. Se me figura dijo doña María sin perder la dignidad en su cólera que no tendré que hacer grandes averiguaciones para saber quién ha motivado esta amorosa epístola. Tú, Inés, tú has sido. Hace tiempo que sospechaba esto... Nuevo silencio.
Y así pudiera terminar estas reflexiones con que he entretenido la atención vuestra, repitiendo, aunque para alterarle un tanto su sentido, una frase que se contiene en la epístola de San Pablo a los hebreos: «No tenemos aquí por cierto una residencia duradera, permanente; es una residencia futura, una ciudad futura, la que debemos buscar». «Non habemus hic manentem civitatem 2, sed futuram inquirimus!».
Así dice en la epístola á D. Antonio de Mendoza: «Necesidad y yo partiendo á medias El estado de versos mercantiles, Pusimos en estilo las comedias. Yo las saqué de sus principios viles, Engendrando en España más poetas Que hay en los aires átomos sutiles.»
El Arcediano, en cuanto calló el órgano, como quien quiere interrumpir una broma con una nota seria, leyó la epístola de San Pablo Apóstol a Tito, capítulo segundo, dándole una intención que no tenía.
Al principio, Lope parece despreciar sus comedias: "Si allá murmuran de ellas algunos que piensan que las escribo por opinión dice en la carta de 1604 , desengáñeles V. md. y dígales que por dinero." En la Epístola a don Antonio de Mendoza llama "versos mercantiles" a los de sus comedias.
Sin embargo, la tuvo, y cuando trató de coger la pluma para hacerlo, antes de trazar el primer renglón, volvió a dejarla al representarse la sorpresa que la joven recibiría. Pasaron algunos días. La idea no le abandonaba. Por medio de mil sutiles razonamientos procuraba persuadirse a escribir la epístola amorosa. Si se reía de él, ¿qué? no había de verlo.
Palabra del Dia
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