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Actualizado: 21 de junio de 2025
Sus únicas horas de completa tranquilidad eran cuando la niña yacía en el reposo del sueño. Entonces estaba plenamente segura de la criaturita, y gozaba de deliciosa y apacible felicidad hasta que, acaso con aquella perversa expresión que se veía vislumbrar bajo los entreabiertos párpados, Perla despertaba.
En un rincon, hacinados como cadáveres, dormían ó trataban de dormir algunos chinos traficantes, mareados, pálidos, babeando por los entreabiertos labios, y bañados en el espeso sudor que se escapa de todos sus poros.
La tomé fuertemente del brazo con un movimiento de cólera y de impaciencia; la sombra del bosque nos protegía: le estreché las manos, la besé en el rostro, en los ojos, en la boca, entre los labios entreabiertos. Blanca le dije ¡yo... no puedo resistir!... Hay tiempo me replicó, ¡más tarde!
Su cara, de perfil, me mostraba unos labios entreabiertos sobre admirables dientes y su persona emanaba un perfume de heliotropo que se me subía á la cabeza. Al cabo de un instante pasé el brazo al rededor de su talle, la atraje hacia mí y, sin ninguna resistencia, aquella mujer fué mía. Á partir de ese momento tomé la firme resolución de dejar á Lea.
Salomé estaba amarilla y jadeante de rencor, envidia y ansiedad. Sus labios, entreabiertos, mostraban los blancos y finísimos dientes, como si quisiera infundir miedo á su rival con aquella arma.
Las noches en que se acostaba temprano, reflexionaba el solitario con los ojos abiertos, viendo deslizarse la luz difusa estelar o el resplandor de la luna por los maderos entreabiertos. Era esa media hora en la que se ve todo el pasado con una percepción sobrenatural; antesala del sueño, por la que pasan los recuerdos más remotos.
La divina imagen, fija en el madero con cuatro clavitos de plata, se me antojó, en tal sitio, oportuno signo de resignación. Desencajadas las facciones, pálido el rostro, amoratadas las sienes, afilada la nariz, los ojos mortecinos, los labios entreabiertos por la agonía, me pareció que dirigía a los mamotretos echados en olvido, dolorosa mirada de extraña compasiva piedad.
El Hombre-Montaña seguía respirando ruidosamente, y sus ojos apenas entreabiertos podían ver lo que ocurría alrededor de él, aunque de un modo vago. Distinguió cómo se movían sobre la arena obscura de la playa algunos animales todavía más obscuros. Sin duda eran compañeros de los asesinos, que se quedaban abajo para dar la señal en caso de peligro.
Al lado de su madre, Josefina parecía el nuevo brote de una flor hermosísima: la madre era como esas rosas que han agotado ya la pompa de sus galas desplegando todos sus pétalos a las caricias de la luz; ella, como esos capullos entreabiertos que comienzan a esparcir en torno suyo olor suave y débil. Su traje era blanco también, pero en el tocado y los prendidos, las flores sustituían alas joyas.
La impresión ante el cuadro no tiene aquella intensidad soberana de la que nace bajo el espectáculo de la montaña; el clima, las aguas, la verdura constante, el muelle columpiar de los árboles dan un desfallecimiento voluptuoso, lánguido y secreto, como el que se siente en las fantasías de las noches de verano, cuando todos los sensualismos de la tierra vienen a acariciarnos los párpados entreabiertos...
Palabra del Dia
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