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Actualizado: 21 de junio de 2025


Á estas últimas palabras Sorege prorrumpió en una carcajada que produjo un ruido falso. Su mirada pasó por los entreabiertos párpados hasta fijarse en la cara de Tragomer para estudiarla con inquieto cuidado. Usted es, dijo, una verdadera amazona, miss Maud... Pero esas cosas no se hacen tan cómodamente como usted cree.

Al tocar Lucía suavemente el hombro de la dormida, ésta se incorporó a medias, de un brinco; sus ojos, entreabiertos, tenían velada y sin brillo la córnea, como si los cubriese la telilla que se observa en los ojos de los animales muertos. Del lecho salía un vaho espeso y fétido; la anémica estaba bañada en copioso sudor.

Llegué a la puerta y al no oír el menor ruido en el interior, me dije: «Ya no encontrarás sino un cadáverNo, todavía vivía, pero la muerte había puesto ya en ese rostro la marca de sus garras. El cartílago de la nariz se destacaba más, los labios, entreabiertos, dejaban ver los dientes inclinados, los ojos casi desaparecían en el fondo de sus azuladas cavidades.

¡Cállese usted! ¡No sea usted estúpido, hombre! ¡Chis, chiis, chiis! Al fin callaron todos y pudo oírse la fogosa melodía de Verdi, interpretada con singular delicadeza. La voz femenina que salía por los entreabiertos balcones rasgaba la atmósfera acuosa del exterior vibrando con fuerza por el ámbito de la plaza y yendo a perderse en las encrucijadas de la villa.

De pie, apoyado contra los postigos entreabiertos, veía evolucionar a Alicia y Juana de Blandieres, bulliciosas y juguetonas, a la linda Mabel con Platel, y a Diana, cuyos cabellos negros se inclinaban complacientemente hacia James Milk.

Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel de sopetón y sin pedir permiso cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios.

Dormía en una inmovilidad absoluta, con los ojos entreabiertos y el rostro densamente pálido. Cuando a las tres de la tarde salió de aquel profundo letargo, supo, sin asombro alguno, que su esposa se había marchado en la diligencia de Lancia. Después de desahogar su ira la hija de Osuna, siguió por la calle del Cuadrante abajo, riendo todavía nerviosamente algún tiempo.

Sólo unas cuantas personas con paraguas y algunas otras que, no teniéndolo, se amparaban de su filosofía permanecían a pie firme en medio del arroyo. Los balcones de la casa de Elorza se hallaban entreabiertos, y por la abertura salía una viva y regocijada claridad que tornaba aún más triste la noche oscura y húmeda del exterior.

¡Casada, también! me contestó, y su aliento me embriagó el rostro. Aquella mujer estaba enloquecedora en aquel momento. La noche, aunque de julio, era tibia, y los balcones que dan a la calle del Perú, estaban entreabiertos: nosotros estábamos sentados cerca del tercer balcón.

Palabra del Dia

rigoleto

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