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Actualizado: 21 de junio de 2025


A la luz del sol, que tamizaban los visillos carmesíes, Julián vio las pupilas dilatadas de la señorita, sus entreabiertos labios, sus enarcadas cejas, la expresión de mortal terror pintada en su rostro. Tengo mucho miedo repitió estremeciéndose. Renegaba Julián de su sosera. ¡Cuánto daría por ser elocuente! Y no se le ocurría nada, nada.

Como si le hubieran arrancado la máscara de despreciativa y soberbia dureza, sus pálidas mejillas, sus labios entreabiertos y sus ojos extraviados expresaban el dolor, el miedo, el remordimiento, un sentimiento que Ferpierre no podía aún precisar, pero que sin duda era muy penoso. ¿Lo siente usted?... ¡Debe usted amarlo mucho!

Allí, en Luzmela, todo era paz y amor pensaba la niña soñadora , así como aquí, en Rucanto, todo es odio y venganza. Y tembló la pobre. Prestó oído atento.... ¿Reñían?... ¿La llamaban?... No; estaba muda la casona; Carmen podía seguir soñando. Soñaba con la mirada desvaída y los labios entreabiertos..., estremecida de frío..., con las mejillas húmedas de llanto.

Estaba inmóvil junto a Oliverio, la manecita temblorosa al lado de la mano del joven, crispada sobre el pasamano de la balaustrada, la cabeza inclinada sobre el mar, los ojos entreabiertos, con esa expresión de extravío que caracteriza al vértigo, el rostro pálido, como el de un niño moribundo. Oliverio fue el primero que advirtió que iba a desmayarse y la tomó en los brazos.

Hay piedra en que un hombre en pie envía un rayo desde sus labios entreabiertos a otro hombre sentado.

Un poco más allá de las columnas que separaban el gabinete de la alcoba, estaba la cama con las cortinas cerradas y caídas, como se oculta tras un velo sagrado el ara de una diosa. En la penumbra de un rincón se alzaba un mueblecito maqueado, con sus flores de nácar y sus cajoncitos entreabiertos, dejando caer hacia fuera algún trozo de encaje, alguna madeja de estambre.

Yo he oído la alegre canción que vibra en ellos, y os juro que es una alegre canción de amor y de esperanza, como aquella cuyo eco mortecino susurrea entre los labios entreabiertos y risueños de los niños dormidos».

Sus labios se mueven gritó Florentina. Habla. , los labios de la Nela se movieron. Había articulado una, dos, tres palabras. ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho? Ninguno de los dos pudo comprenderlo. Era sin duda el idioma con que se entienden los que viven la vida infinita. Después sus labios no se movieron más. Estaban entreabiertos y se veía la fila de blancos dientecillos.

Por un lado era blanco como plata mate, con adornos en realce de pájaros y flores, y por el otro, brillante y pulido como cristal. Allí miró la joven esposa con placer y asombro, porque desde su profundidad vio que la miraba, con labios entreabiertos y ojos animados, un rostro que alegre sonreía.

Movía los dedos con ligeras sacudidas. Pero su fisonomía se iba inmovilizando rápidamente. El hombre trasmigraba a la estatua; el alma se convertía en piedra. Aspiró tres o cuatro veces seguidas el aire y quedó rígido, inmóvil, con los ojos y la boca entreabiertos. D.ª Eloisa se abrazó a él sollozando y cubrió de besos su faz cadavérica. La criada rompió a gritar como si la estuvieran golpeando.

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