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Actualizado: 8 de septiembre de 2025
Soliamos tener discusiones interminables por las cosas más tontas; por ejemplo: cuál de nuestros pueblos era mejor, y llegábamos hasta contar las casas que había en cada uno. Un reloj inglés que teníamos en la cámara nos acompañaba en nuestro encierro, dando las horas con campanadas muy agudas. Gracias a que holandeses y portugueses se odiaban, podíamos dominarlos nosotros.
Permitían las madres a aquella recogida cierta latitud en la observancia de las reglas; se la dejaba sola con una o dos filomenas durante largo rato, bien en la sala de estudio, bien en la huerta; se le permitía ir al departamento de Josefinas, y como tenía habitación aparte y pagaba buena pensión, gozaba de más comodidad que sus compañeras de encierro.
No le agradaba por lo que de colegio, es decir, de encierro y sujeción había en el asunto; pero, en cambio, le deleitaba por tratarse de ver el mundo, aunque de refilón y con trabas; de ir a París, de vivir en París, de respirar el aire de París, de comer, en fin, y vestir y soñar en París, nombre con el cual estaban atascados sus oídos y su cabeza, porque en su casa no se hablaba comúnmente de otro asunto, ni entre las gentes que la frecuentaban, ni en las casas que frecuentaba ella.
Los muebles eran muy modestos; reducíanse á unas mesas de palo, pintadas de color castaño simulando caoba en la parte inferior, y embadurnadas de blanco para imitar mármol en la parte superior, y á medio centenar de banquillos de ajusticiado, cubiertos con cojines de hule, cuya crin, por innumerables agujeros, se salía con mucho gusto de su encierro.
Agitaba los brazos, dando alaridos salvajes de reto que sacaban a los toros de su inmovilidad. Unos saltaban nerviosos, acometiendo con la cabeza baja contra aquel hombre que venía a turbar la paz de su encierro. Otros se ponían firmes sobre las patas, aguardando con la cabeza alta y el gesto fosco a que el atrevido osase acercarse a ellos.
Pero el resto de la guardia está en el primer piso, precisamente sobre la prisión del Rey, y allí puede oírse todo grito o señal dados desde abajo. ¿Sobre la prisión del Rey? No sabía yo eso. ¿Existe alguna comunicación directa entre el calabozo y la sala de guardia? No, señor. Hay que bajar algunos escalones, cruzar el puente levadizo y desde allí bajar al encierro del Rey.
Pensó confusamente, en aquel momento, lo mismo que todos los personajes simples de la Presa que corrían enloquecidos detrás de la Torrebianca: «Esta es la verdadera mujer. Sólo merecen admiración las hembras que han conocido la vida elegante.» Vagaron las manos de él sobre los relieves del cuerpo adorable, intentando libertarlos del encierro de las ropas...
Mi viaje, y la vista del santo apóstol, y el aire libre y puro que allí he respirado, después de tan largo encierro en mi estudio, me han hecho mucho bien. Creo que no tendré más necesidad de vuestras drogas, mi benévolo médico, á pesar de lo buenas que son y de estar administradas por una mano amiga.
¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos! Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada. ¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho! Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido.
Por la mañana, al salir del encierro, subía Gabriel a su casa transido de frío, deseando tenderse en la cama. Encontraba a Sagrario en la cocina calentando la leche para que la bebiese antes de acostarse. La dulce compañera seguía llamándole tío en presencia de los de casa. Únicamente su voz adoptaba el tuteo cariñoso cuando estaban solos.
Palabra del Dia
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