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El jefe papú se había precipitado fuera de la habitación empuñando su maza, temeroso de que fuera asaltada la aldea. Poco después dió un grito de alegría. ¡Uri! ¡Uri! decía, corriendo a través de las terrazas, donde se había agolpado la población entera. Un papú, seguido por dos hombres blancos, cruzó el puente y corrió al encuentro del jefe, rápido como una flecha. ¡Padre! exclamó.

Los hombres, con sus anchos sombreros empolvados, los gemelos pendientes de un hombro y empuñando todavía el bastón de paseo, hablaban solemnemente de su viaje. Para muchos, era el primer suelo que habían pisado después de su salida de Hamburgo o de París. El buque se había detenido muy poco en Vigo y en Lisboa. Comentaban a coro el atraso y la pereza de aquella tierra.

Al día siguiente, al amanecer, Hullin, muy endomingado con su pantalón de recio paño azul, amplia chaqueta de terciopelo obscuro, chaleco rojo con botones dorados, y cubriendo la cabeza con un ancho sombrero de campo, sujeto por delante, sobre la cara bermeja, con una escarapela, se puso en camino para Falsburg, empuñando un grueso palo de serbal.

Quedó el toro con sólo cuatro banderillas de las seis, y éstas tan flojas, que la bestia parecía no sentir el castigo. Está muy entero gritaban los aficionados en los tendidos aludiendo al toro, mientras Gallardo, empuñando estoque y muleta, con la montera puesta, marchaba hacia él, arrogante y tranquilo, confiando en su buena estrella. ¡Fuera toos! gritó otra vez.

Sólo habían transcurrido algunos meses, pero estaban ya lejanos para Cuadros aquellos tiempos en que el tendero de costumbres tranquilas y rutinarias se indignaba al saber que su hijo iba a los bailes y le esperaba tras la puerta empuñando fieramente la vara de medir. A las cuatro de la tarde entraban las de Pajares en el paseo de la Alameda.

¿Para eso me gasto yo el dinero? ¿Para qué estés ahí dándote aire como una señorita? ¡Ten vergüenza torera, ladrón! Sal a los medios y lúcete. ¡Ay, si yo tuviese tus años y no estuviese tan pesao!... Cuando el muchacho quedaba ante el novillo empuñando muleta y estoque, con la cara pálida y las piernas temblorosas, el padre iba siguiéndole en sus evoluciones por detrás de la barrera.

Al cabo de un cuarto de hora de pasear por aquel inmenso y sucio camaranchón, apareció un mozo con el rostro embadurnado también de carbón, empuñando una campana de bronce que hizo sonar con fuerza; y encarándose al propio tiempo con nuestro joven, gritó reciamente: ¡Viajeros al tren! Oye, Perico gritó el expendedor desde la taquilla. ¿Quién te ha mandado dar la señal?

Cuando cruzando el Rio de la Plata Veo flamear de Rosas el color, De alerta el grito doy á mis marinos Empuñando la barra del timon. Y cuando al frente aparecen Grito á mis valientes ¡fuego! Por no tomar esas presas A las llamas las entrego. Que allí mi Libertad tan solo impera: Bajo sus fuegos rinden su bandera.

Si fuese Dios, te diera los espacios, Y las nubes de grana y de topacios, Esos astros que pueblan los confines, Y el coro de celestes serafines, El mar, la luz, del cielo el embeleso, Tan solo por un beso! Voga, voga con ánimo valiente Empuñando el timon con firme mano, Y no te arredre ese murmullo vano Del vulgo necio y del motin rugiente.

Todas las ofícialas corrieron espantadas al auxilio de su jefe; pero por pronto que acudieron, no fue posible impedir que Fortunata, empuñando su llave con la mano derecha, le descargase a la otra un martillazo en la frente; y después, con indecible rapidez y coraje, le echó ambas manos al moño y tiró con toda su fuerza. Los chillidos de Aurora se oían desde la calle.